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Simbiosis

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Diana N. Suárez Canul*

*Mención Honorífica del certamen literario de relato breve «MUJER, HISTORIAS DE VIDA», patrocinado por DIARIO DEL SURESTE, el Diario Digital «EL MUNDO DE ORIZABA» y VOZ DE TINTA para conmemorar el Día Internacional de la Mujer, el 8 DE MARZO.

 

Desde tu rincón miras mis ropajes. Capa tras capa se amarran una con otra y cobran vida sobre mi cuerpo.

Mis ojos no escuchan, mis labios no ven, mis oídos no pueden sentir, pero mis poros registran lo que alrededor sucede.

Trato de atraparte, pero no estás; en algún sitio del tiempo transitas y caminas detrás de tus pasos.

Aquí tengo estas palabras, vibrando ansiosas por romper el ciclo; atrapándonos en una especie de simbiosis para llegar juntas al sitio y lapso preciso en que el plato de cristal se estalla en la pared.

Odio escucharlo, odio lo que viene detrás de ello.

Espera, no te muevas, trata de respirar por la piel y dile a tu corazón que abrace algún órgano vecino.

Esta vez quisiera huir desde aquí.

Miro tus ojos llenos de miedo y te ignoro porque quiero mantenerme fuerte.

Te arrastras por el suelo bajo la cama y crees sentirte protegida en ese cucurucho.

Emites un sonido agudo cuando miras sus gruesas manos alrededor de su frágil cuello y ella, no puede respirar.

Tu cuerpo tiembla y tu boca desborda ruidos compulsivos.

Logro tomar un calcetín y meterlo a tu boca; pero es inútil: ya te vio.

Sin pedirte permiso, tomó dominio sobre ti para que no sientas todas las heridas de esta piel que ahora portas.

Estás aquí, yo también.

El perro aúlla, tu corazón se mueve como una mosca tratando de atravesar un cristal.

Beso tus labios mientras las yemas de mis dedos se eclipsan en tus ojos; no llores, no grites.

Guio tu cuerpo a una inmovilidad tónica, como un animal que finge su muerte.

Las horas se han estacionado en las astillas que descansan en el suelo.

Mueves tu cuerpo y pruebas el grado de los daños.

La rodilla quema y con tus ojos aguados miras la sangre que se escapa. Contemplas que la casa reposa como un animal moribundo y los objetos no se atreven a mirase unos a los otros.

Detienes tu mirada en el nido de cuerpos encapsulados y desnudos, inhalando de una mano invisible dolor y saciedad.

Te preguntas si eso es amor, qué grado o tipo de amor es, y si en alguna parte de ellos perteneces.

Se te figura que el amor es un verdugo disfrazado, un parásito que se alimenta de la fragilidad del otro. “Curioso el poder que entregamos a otros sobre nosotros, solo por amor,” me dices con tu enojo.

Te acercas a tu perro que se esconde entre unas cubetas y permites que vea los gritos arañando las esquinas de tus ojos.

No lo piensas más, tu cuerpo se dirige a la puerta mientras la quietud te mira y te solapa.

Sales de esa boira, caminas por las calles vacías iluminadas de lámparas anaranjadas y pasacalles de colores.

La neblina cae sobre tu cuerpo como una sábana tímida, la luna te mira con su telescopio desde su ancho jardín, y cada estrella pone un dedo en tu barbilla para que no caigas al suelo.

Sientes la piel que arrastras como un traje mal puesto; confeccionado en el nombre del amor, el perdón, la familia, la resignación.

Sepultas entonces, sin compasión, cada esquirla de tu dolor.

Olvidas que esta vida no te pertenece, que no son tus heridas las que queman, que no tienes que huir.

Te recuerdo que solo estás aquí por estas palabras que te alcanzan y flotan en el tiempo.

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