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La gloria de la raza – XXXIII

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El más conocido de Santa Lucía

A lo largo de varias décadas, el chino Mateo fue el más conocido de todos los que habitaron o frecuentaron el suburbio de Santa Lucía. Las nuevas generaciones tienen noticia suya gracias a los esbozos biográficos delineados por Santiago Burgos Brito y otros autores que recrearon la vida cotidiana de Mérida en aquellos años en los que el crecimiento urbano era una promesa que apenas despuntaba.

Una de las fuentes consultadas señala 1903 como el año en que Mateo llegó a Yucatán junto con varios de sus paisanos conducidos al estado para trabajar en las plantaciones de henequén. Se trasladó a Mérida durante la administración del general Salvador Alvarado para ocuparse sucesivamente de numerosas actividades, aunque se le recuerda más bien por el pequeño establecimiento que dedicó a la venta de refrescos y frutas.

Al principio se asoció con uno de sus compatriotas para incursionar en ese ramo comercial, aunque su excesiva ingenuidad lo hizo invertir todos sus ahorros en él, sin recibir las utilidades correspondientes ni alguna otra clase de retribución económica. Cuando por fin logró establecerse por su cuenta para atender los mismos menesteres, debió esforzarse para remontar el estado de indigencia al que lo condenó la desatinada elección de un socio de ambiciones desmesuradas.

Las crónicas describen a Mateo como un individuo solidario y generoso quien, por no moderar estos rasgos de su personalidad, tampoco prosperó comercialmente, aunque recibió muestras de gratitud y apoyo en la misma medida en que las prodigó. Padeció nuevas tribulaciones que logró mitigar con el auxilio de sus amigos y protectores y, aunque abandonó Mérida durante algún tiempo, regresó a ella para instalarse de nuevo en los rumbos de Santa Lucía.

El profesor Burgos Brito afirmó desconocer su nombre verdadero, aunque Montejo Baqueiro se refiere a él como Mateo Yam Poa. Este chino dadivoso confió a sus allegados que en su tierra natal permanecieron su esposa y sus hijos, mientras él se aventuraba a un país desconocido para aliviar sus penurias, que apenas se redujeron intermitentemente hasta su deceso en 1962.

El chino Mateo no fue un empresario acaudalado ni un hombre de letras, tampoco un prominente estadista ni una luminaria de los espectáculos. Fue sólo un ciudadano modesto que supo transmitir con sus afectos la calidez que lo alojó apaciblemente en la memoria colectiva.

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Burgos Brito, Santiago, Tipos pintorescos de Yucatán, México, Editorial Cvltura, 1946, pp. 49-69.

Montejo Baqueiro, Francisco D., Mérida en los años veintes, Mérida, Ediciones del Ayuntamiento de Mérida, 1981, 123-129.

José Juan Cervera

Continuará la próxima semana…

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