Editorial
Tiempos difíciles, sin duda, son estos por los que vamos pasando. Tiempos anormales, raros, diferentes, inéditos.
A ellos, además de las contingencias pretéritas, se unen circunstancias, además de difíciles en lo individual, insuperables en lo colectivo.
Las fuerzas desatadas de la Naturaleza y los ángulos de una pandemia que afecta a la raza humana, sumadas a las presiones mentales de una era que agrega cargas negativas al individuo y a las sociedades, dan como resultado una tensión constante, continua, permanente, creciente e inoportuna sobre nosotros.
Ya no son únicamente conflictos o situaciones entre naciones, como era usual en el pasado reciente. Cada nuevo problema es una carga adicional a la excesiva que se padece.
Las fuerzas naturales, las económicas, las políticas, se han reactivado, no para bien, sino para hacer más daño a las personas que día a día ven mermar su patrimonio, sus bienes y su salud.
Constantemente su mente y pensamientos se van apartando por esta sobrecarga emocional y física.
Por ahora, no se percibe esperanza en el horizonte.
Sufrimiento y dolor continúan en los hospitales, contagios en los domicilios y medios de transporte, restricciones de movilidad en espacios públicos y “sana distancia” permanentes.
Riqueza y pobreza se dan la mano en la compartición de riesgos presentes entre nosotros, al parecer participando en una democracia de sufrimiento.
Además, la conciencia colectiva percibe que actualmente no se vive una deseable historia nueva de milagros, sino otra muy distinta de dolorosas realidades.
Pareciera una democracia de sufrimiento y angustias, igualitaria y mortal.
Los medios de comunicación, a quererlo o no, debemos informar de realidades, así sean impactantes e inéditas.
Ese sentimiento de impotencia ante la magnitud de una pandemia nos une anímica y solidariamente.
En esa tesitura, continuamos con la única alegría de los amaneceres, con un sol que aún nos ilumina para seguir adelante.