Entre Corcheas
“UN BAILE QUE NUNCA MORIRÁ”
ALFONSO HIRAM GARCÍA ACOSTA
Bailé este género musical en diferentes etapas de mi vida adulta en mi natal Mérida de Yucatán: en el Club de Adultos Mayores de la Clínica 59 del Instituto Mexicano del Seguro Social; los domingos en el Parque de Santa Lucía, en funciones en el teatro del IMSS; en el Parque Zamora y en su parque principal con las escuelas del mismo en el puerto jarocho de Veracruz; y en Cuba, en la ciudad de La Habana y en la pista de baile durante las tardes danzonearas del Hotel Jagua en Punta Gorda de Cienfuegos. Esas tertulias bailables las inician niños y jóvenes en su piso en forma de laurel gigantesco con las notas de alguna sonora u orquesta que acompaña al gran número de parejas que ahí asisten. En salones de baile como el “Salón México”, en el Distrito Federal, con sus diversos salones como el “Nereida”, “Smirna Club”, las danzoneras eran casi siempre dirigidas por músicos yucatecos, como la popular “Danzonera de Gamboa Ceballos”.
Desde lo antiguo, a partir de la presencia del europeo en lo que hoy conocemos corno América, desde el siglo XVI y los posteriores, arribaron a nuestro continente miles de negros africanos forzados para trabajar especialmente en tres actividades: la minería, las plantaciones y la servidumbre. Nuestro país no es excepción a tal fenómeno y, desde ese momento, se establece un proceso de préstamo y procesos de transculturación con la población indígena, europea y oriental.
Entre otros aspectos, debe tomarse en cuenta la estructura social novohispana que, a grandes rasgos, estaba conformada por una cúpula dirigente de españoles, después aparecen los criollos y una serie de sujetos no definidos por su origen nacional-hablantes del español. Continuarán, inmediatamente, los indígenas caciques, después los naturales explotados en lucha por la sobrevivencia al igual que los negros peleando por posiciones de trabajo. AI final de esta compleja estructura tenemos a las castas.
Imaginemos en ese contexto algunas de Ias festividades colectivas en las que participaban propiamente todos los estratos sociales como “EI Paseo del Pendón” el que se conmemoraba la capitulación de los aztecas del México-Tenochtitlán.
AI frente del desfile venían las autoridades reales y eclesiásticas, seguidas por una columna en la que los participantes aparecerían, según su posición social, al inicio o al final de la fila. En estas festividades, después de la procesión había dos eventos que exhibían todas las posiciones de la escala social, como lo fueron las corridas de toros. Al otro sarao elitista conmemorativo asistía exclusivamente la gala del grupo en el poder.
Se puede observar que durante los años de la etapa colonial se estableció una delimitación drástica entre «la nobleza» y los demás grupos humanos, a quienes se les aducían todos los defectos y calamidades. Por ello, los jarabes, bailecitos de la tierra y las danzas que alguna vez externaban los negros eran rechazados por inmorales, contrarios a las leyes de Dios. Así, tenemos dos expresiones danzarias separadas según la clase social que las adoptaba. Por una parte, los minuettes, boleros, polcas y contradanzas que se enseñaban incluso en academias de baile perfectamente reglamentadas por el virrey Bucareli y que fueran prohibidas después por Marquina. Por otra parte, el pueblo se deleitaba con el déligo, el zampalo, el guineo, el zarabullí, la pataletilla, la mariona, el avilipiuti, la folia y, sobre todo cuando se trataba de bailar agitadamente, la zarabanda, la jacarandina y, desde luego, el bullicuzcuz.
Lo descrito anteriormente es de alguna forma similar a lo que se desarrollaba en Cuba con mayor abundancia en los cabildos, en aculturación sincrética, y otros frenesís bailables que subsisten de la tradición africana de los Orishas.
Fuentes
El danzón en México | México Desconocido (mexicodesconocido.com.mx)
