Perspectiva – Desde Canadá
XXVI
Cuando contemplé la posibilidad de arrendar un vehículo en esos días de febrero de este año, antes de que supiera que en Ontario me consideran un conductor de dieciséis años y que, por lo tanto, el seguro del coche es infinitamente más costoso que lo que en realidad me corresponde por los años que llevo conduciendo, había ya apalabrado con el vendedor que el coche –un Toyota Corolla 2020, color gris– tuviera llantas de invierno.
Llevaba poco más de un mes en este país, en pleno invierno, y mis amigos me habían hablado de la imperiosa necesidad de que el vehículo que adquiriera tuviera ese tipo de neumáticos. Pensaba que eran como las llantas “todo terreno”, que esas llantas de invierno serían de una constitución más adaptada al medio ambiente.
Resulta que el material de esos neumáticos es más suave que el de las llantas normales: a mayor suavidad del caucho, mejor agarre a las condiciones de la carretera, algo que es vital en las mojadas y nevadas carreteras canadienses.
Al acabar el invierno, los neumáticos son sustituidos por los de verano, cuando las condiciones en los caminos son “normales”. Luego entonces, todo vehículo en este país debe tener dos juegos de llantas, los que ya les he explicado, algo que es vital para maximizar la seguridad al conducir un vehículo en este país tan lleno de carreteras y caminos.
El cambio a neumáticos de invierno se hace generalmente en los primeros días de octubre, y es uno de los múltiples preparativos que deben hacerse en preparación al arribo del viejo gélido de barbas blancas.
“Adonde fuereis, haz lo que viereis” reza una vieja máxima que he seguido al pie de la letra y me ha permitido adaptarme doquiera que he ido. De esa manera supe que debía adquirir unas botas que me protegieran de la nieve, sobre todo en aquellas ocasiones en las cuales habrá que palear nieve para salir al trabajo, y además que fueran térmicas.
Abrigo, guantes y gorro también son elementos críticos en este país: no tener los adecuados puede ser un asunto de vida o muerte. Tan solo por ese pequeño, pero importantísimo, detalle es que he conocido de fibras que nunca había escuchado.
Thinsulite es, por ejemplo, la marca bajo la cual 3M desarrolló una fibra sintética que se usa en artículos de vestir como aislante térmico; su densidad, consecuencia del tejido, se mide en gramos por metro cuadrado (GSM), va desde 40 hasta 800, de lo más flexible a lo más rígido y, como referencia, en el Ártico se usan guantes de trabajo mayores a 200 GSM, mientras que los esquiadores usan guantes entre 100 y 200 GSM.
Thermolite, marca registrada de la compañía Invista, es otra fibra sintética, con características similares a Thinsulite, y también está hecha de filamentos delgados, tejidos para crear bolsas de aire entre cada fibra, emulando la manera en que las plumas inferiores de las aves permiten que se mantengan calientes incluso mientras están mojadas.
La principal diferencia entre ambas fibras es su peso –Thermolite es la más ligera y económica de las dos– y la capacidad impermeable, siendo en este caso Thinsulite la mejor.
Hay un concepto que me tiene maravillado: lo que aquí los expertos llaman “duck down”, que es el ingrediente “natural” de muchos abrigos: plumas de pato, específicamente plumas inferiores, que repelen naturalmente el agua (¿quién ha visto un pato mojado mientras se posa sobre una superficie acuática?), y ayudan a conservar su calor corporal. Precisamente observando este hecho se desarrollaron las fibras anteriores.
Los nativos usan estos conceptos en la adquisición de sus prendas invernales. Guantes, gorros, ropa interior, ropa exterior, zapatos, mientras mayor aislamiento posean, conservando secos y tibios a sus portadores, y a la vez sean ligeros, será siempre las primeras opciones cuando es necesario adquirirlos.
Hace poco adquirí una chamarra no de marca, pero con la misma tecnología de las fibras sintéticas mencionadas, y pude comprobar sus bondades. En particular me ha encantado cuán ligera resultó, incluso puede enrollarse y meterse a una bolsa, lo que la hace ideal para viajar sin tener que preocuparme por cargar un abrigo normal. La he usado hasta -5⁰C, y no he sentido frío.
Desde esta perspectiva, los avances de la tecnología a veces pasan desapercibidos para muchos de nosotros, hasta que nos topamos con ellos de frente, conocemos de sus bondades, y entonces nos asombramos de cómo subrepticiamente los asimilamos.
[Ahora me falta un abrigo para temperaturas por debajo de los 30⁰C…]
S. Alvarado D.