In Memoriam
Sean Connery
(1930 – 2020)
Era yo un niño aún, ni siquiera con diez años de edad, tal vez tan solo contaba la mitad de ellos considerando que la película que mi padre me llevó a ver al Cine Mérida fue originalmente estrenada en 1967: Solo Se Vive Dos Veces, basada en la novela de Ian Fleming.
En las primeras escenas, el personaje principal era sorprendido en la cama por agentes enemigos; indefenso, las metralletas se encargaban de sellar su destino final. Sorprendido, recuerdo perfectamente echarme a llorar mientras le decía a mi papá que había muerto James Bond. Con una sonrisa, mi padre tan solo me alentó a seguir viendo la pantalla; siendo un ávido lector de las novelas de Fleming, él ya sabía que eso no iba a pasar.
Efectivamente, James Bond era enterrado con honores en el mar (después de todo, era un oficial naval inglés), y lo sacaban del ataúd con ayuda de buzos, facilitándole una máscara para que respirara mientras era llevado a la superficie. Mi alivio y emoción fueron tales que aún ahora, casi cincuenta años después, aún recuerdo el episodio.
Junto con Thunderball, Solo Se Vive Dos Veces vive en mis recuerdos, alentado por las bandas sonoras que mi padre adquirió y que escuché tantas veces en nuestra consola Admiral en casa y, por ende, el actor que me enseñó a querer al personaje también vivirá en mí hasta mi último aliento.
Este largo prólogo es tan solo para confesar mi admiración por el personaje y por el actor que me volvió seguidor de las aventuras del agente 007 del Servicio Secreto Británico, el ahora inmortal actor escocés Sean Connery, quien se despidió de este mundo el pasado 31 de octubre de este año en que he perdido a otro de mis héroes, este musical, Neil Ellwood Peart.
Cuando dejó el papel que le había dado tanta fama, después de seis exitosas películas, ya fastidiado por ser encasillado, y dispuesto a demostrar que era algo más que un agente secreto, asistí a sus intentos cinematográficos buscando descollar y alcanzar nuevamente la cima. Para ese entonces, presumir su calvicie fue el primer elemento que reconocí como diametralmente opuesto a la imagen que se había creado en el mundo del celuloide.
En El hombre que sería rey, una película de John Huston basada en una novela de Rudyard Kipling, hizo mancuerna con otro gran actor que admiro: Sir Michael Caine, y no me gustó ver cuán diametralmente opuesto resultaba su rol a lo que había visto de él, interpretando a un cazafortunas con pocos escrúpulos.
También me pareció sumamente fumada Zardoz, una película futurista en la que la peluca que utilizó y el inmenso despliegue de pelo corporal mientras usaba un calzón de cuero y cartucheras cruzadas sobre el pecho dan una idea de lo que fue y de lo que se pretendió vender.
Pero luego vino Robin y Marian, con la bellísima Audrey Hepburn, contando lo que sucedió con Robin Hood y Lady Marian en su edad adulta, y comencé a reconocer que Sean Connery había logrado dejar atrás a James Bond y estaba desarrollando su carrera como él quería.
Ya para ese entonces había leído todos los libros de Ian Fleming en la biblioteca de mi padre y el Comandante Bond seguía siendo mi espía favorito, y había dejado de asociar al gran actor escocés con el personaje, con tanto éxito, que ni siquiera me interesó ver Never Say Never Again, una especie de relanzamiento del actor con el personaje que le había abierto las puertas de la fama, aunque sí disfruté verlo en El Nombre de la Rosa, basada en la novela de Umberto Eco, interpretando a un monje investigador, y también como Ramírez, el mentor de McLeod, en Highlander.
Y entonces vino la actuación que le dio a ganar el Oscar al Mejor Actor de Reparto en 1988: interpretó a un agente escocés que acompañaba a Elliot Ness (Kevin Costner) en su cruzada contra Al Capone (Robert De Niro) en Los Intocables, obra maestra de Brian de Palma.
A partir de esa película, me atrevo a decir que no hubo una sola en la que participara que no reforzara la imagen de tipo duro y curtido, aunque sensible y, a la vez, enigmático y simpático.
Así lo disfrutamos como el papá de Indiana Jones en “Indiana Jones y la Última Cruzada”, con una química sinigual en la pantalla con Harrison Ford, bajo la dirección de Steven Spielberg; y luego admiramos su rol como el Capitán Ramius en “La Caza del Octubre Rojo”, basada en la novela de mi admirado autor Tom Clancy, novela en la que, por cierto, nació el personaje de Jack Ryan, otro famoso espía.
En sucesión, disfrutamos su madurez como actor de acción con Sol Naciente, junto a Wesley Snipes, basada en una novela de otro gran autor ya desaparecido: Michael Crichton, el mismo de Jurassic Park. Luego como un preso de alta peligrosidad que ayuda a Nicolas Cage a retomar La Roca, la prisión de Alcatraz, tomada por unos exmarines que amenazan con detonar dispositivos nucleares en Estados Unidos.
Volvió a actuar junto a Kevin Costner en Robin Hood: el Príncipe de los Ladrones, y luego junto a Richard Gere en “Lancelot, El Primer Caballero”. Ya con 70 años de experiencia, le bajó un poco el ritmo y tema a las películas, actuando entonces en Descubriendo a Forrester, como un ermitaño escritor que huye de la fama, trabajo por el cual se le mencionó nuevamente entre los suspirantes al Oscar.
Cerró su ciclo al actuar en La Liga de los Caballeros Extraordinarios, basada en las novelas gráficas de otro inmenso autor: Alan Moore, en el papel de Allan Quatermain, gran personaje nacido de la imaginación de H.R. Haggard, película que penosamente no pegó a pesar de la muy interesante premisa: personajes de diferentes novelas famosas (Quatermain, el Capitán Nemo, el Hombre Invisible, el Dr. Jekyll, Mina Harker, y Dorian Grey) combaten una amenaza que se cierne sobre Londres y el mundo.
Al echar la mirada a lo largo de su carrera cinematográfica, es imposible negar y reconocer la vastedad de su obra. Le agradezco tantos gratos momentos a lo largo de mi vida.
Gracias, Sir Thomas Sean Connery, por más de cincuenta años de entretenerme y a legiones más que lo seguiremos admirando hasta que lo volvamos a ver.
Descanse en paz. Reciba nuestro saludo hasta la inmortalidad.
S. Alvarado D.