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Continuación…
Una tarde que tomaba el sol en la Alameda Central, frente al hotel, que se me asoma el progreseño Pepe Martínez. Me conversa que se está organizando un concurso de canciones yucatecas. Será en el teatro Arbeu del D.F. Él quisiera entrar con una canción que tiene. Su ritmo es bambuco y su título “Cuando se fueron las golondrinas”. Lo que le falta es alguien que se la interprete o ayude a hacerlo. ¡Pero mi Pepe del alma!… Aquí está tu requinto y tú la vas a cantar. Hay que buscar otro cuate que toque la guitarra. Y que sin la lámpara de Aladino encontramos a Rafael Tax Canto. Enamorado de la guitarra, no mal tocador, y con esa afición nata, vivía en un bonito departamento en San Cosme. Yo les advertí que apenas tenía dos trajes que me servían para mi chamba y que para el concurso se necesitaría ir vestidos iguales y… pues que nos compramos trajes. El mío me lo obsequiaron entre los dos.
Pepe me sugirió que dejara de chambear por esas fechas mientras ensayábamos, y que por la comida no me preocupara, que él me daría unos tickets para que yo vaya a comer a una fábrica de telas en donde él trabajaba. Caray, tener que ir del Zócalo hasta Atzcapotzalco era más penoso que meterme a una cantina a comer un poco de botana y cantarle una canción a un borracho impertinente. Pero también yo quería participar en el concurso y me “sacrificaba”. Además, a mi paso estaban algunas Editoras musicales que visitaba, como siempre, infructuosamente. Algunos me recibían a veces un minuto y me sugerían que hiciera nuevas canciones y que luego regresara. Otros ni me dejaban terminar la primer y “QUE PASE EL OTRO…” “No sirves para compositor, chamaco,” me decían. “Dedícate a otra cosa. De verdad creo que estás perdiendo el tiempo en este negocio… Mejor búscate una chamba por ahí. No naciste para cantante. Tu voz no te ayudará nunca (ESTO YA LO SABÍA PUES LA ENFERMEDAD CRUEL ME CALCIFICÓ PARTE DE LOS NERVIOS AUDITIVOS Y EN ESAS CONDICIONES ES IMPOSIBLE CANTAR AFINADO). No te llamó Dios por ese camino…” Cuántas frases dolorosas pude soportar en esos tiempos… Pero yo pensaba que estaban pendejos. Yo seguiré y algún día les demostraré que sí podía, pero me faltaba un poco de ayuda y estímulo. Yo no quería ser cantante, caramba: solamente quería dar a conocer mis composiciones.
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Bueno, pues a ir a comer a la fábrica, confundido con los trabajadores. Estuvo bien ese tiempo: ya no tenía que salir a chambear de noche, que era en verdad lo que me dolía y cansaba, pues no es nada fácil llegar a una cantina a soportar borrachos nocturnos que por un miserable peso quieren que les cantes bonito la canción que a ellos se les ocurra y además echarte un trago. Tragos… tragos… tragos… Carajos, quiero repetir lo que dije en un principio: ¿Por qué a los trovadores solamente se les invita a los TRAGOS?
Así transcurrieron algunos días y, entre tomar el sol, hacer cola en la Editoras (les juro que recorrí todas las del D.F.), esperar la hora de comer en la fábrica, y ensayar con Pepe y Tax en el departamento de este último, en San Cosme, se me iba el tiempo sin sentir.
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El día del concurso se acercaba. Ya se habían inscrito Los Yucas, que en ese tiempo era lo mejor de la trova juvenil de México; su padre los manejaba muy bien. Los Caminantes, otro trío que era y sigue siendo lo exquisito de la interpretación de mi tierra. Los Armónicos, ese cuarteto que revolucionó la armadura armónica en México y que en Yucatán actualmente se les tiene olvidados, y lo peor es que tal vez para siempre… El conjunto Lezama, quinteto de magníficos trovadores, y muchos más que iban saliendo en los periódicos. Ah, y eso es que cada uno tenía una composición de lo más excelso en poesía y música.
No se acobarden, amigos, ya estamos inscritos y tenemos que concursar…
¡Madre mía! Mi madre me escribe que ya se supo en Progreso que Pepe va a concursar y yo seré quién toque el requinto en ese gran certamen. Por primera vez me puse a pensar lo serio (para mí y en esa época), y lo que tenía de importancia ésta mi intervención ante “mi pueblo”.
Caray, de verdad que luego, a distancia, se ven las cosas tan pequeñas y se aprende a ubicarse en el medio, pues lo que en esos años era para mí de vida o muerte, gloria o vergüenza, triunfo o derrota, etc., etc., ahora no sería capaz de quitarme el sueño ni un segundo. Ya le he perdido tanto miedo a tantas cosas, y he desestimado tanta creencia a otras más, que me importa un comino lo que pase a mi alrededor. No me interesan ni insinuaciones, intrigas, chismes, traiciones, pedanterías, o hijos de p… que se crean más que uno. Y a veces hasta por maldad pongo “mi grano de arena” para que alguien se sienta superior cuando en alguna reunión se quiere adornar. Es el clásico “cultivo” yucateco…
Bueno, no nos salgamos del concurso. Un día antes, estando rumbo a mi hotel, me fijo en un inmenso coche que transportaba como pasajeros a unas elegantes personas, y que veo a mi amigo el señor de Tijuana entre ellos, el que me dijo que tenía un restaurante en México, D.F. Por poco y me mato por alcanzarlos, pues me tiré del camión antes de que se detenga y casi me atropella el coche cuando me le crucé en el camino. El chofer dio un frenazo y un insulto que seguramente iba dirigido a mí. Me acerqué al coche y saludé al señor. Para ustedes es y seguirá siendo siempre el señor X.
Vi en su rostro bonachón que le dio gusto reconocerme. Enseguida me extendió una tarjeta con un teléfono para que le dejara un recado ahí y luego conversaríamos.
Inmediatamente que llegué al hotel me reporté a ese número telefónico y me contestó la señora X, misma que lo acompañaba en Tijuana. Conversación de saludos mutuos y le conté que mañana concursaría en el Teatro Arbeu. “Okey,” me dijo, “después vente para acá al restaurante y ganes o pierdas te ofreceremos un brindis.” Qué bien que todavía haya gente que lo trate a uno con la verdad. Pues el brindis se hizo, aunque solamente se levantaran las copas de ellos y sus invitados una vez por mí.
Coki Navarro
Continuará la próxima semana…