Editorial
Nuestro Mayab, la tierra de nuestros ancestros mayas, es un eje del tiempo, referencia obligada entre las grandes culturas del mundo, espacio en el que el paso de los siglos registra la permanencia de costumbres ancestrales que se mantienen, renacen y florecen espiritualmente, siguiendo la huella de nuestros antepasados en los tiempos presentes.
Los enlaces espirituales se mantienen entre nosotros.
Las religiones cristianas o de otras denominaciones han ido abriendo conciencias a muchos seres humanos contemporáneos.
Muy a pesar de ello, las raíces se manifiestan en los tiempos presentes como su mensaje de siglos.
Nuestro “Hanal Pixán”, comida de ánimas, ha llegado en su tiempo en el enlace del día postrero del mes de octubre y el inicial del correspondiente a noviembre, que son aquellos en que invocamos, aceptamos, nos congratulamos y honramos a las ánimas de nuestros familiares difuntos.
Para algunas iglesias en especial, la católica, se le nomina día de Fieles Difuntos. Para el pueblo sencillo, con menos rigor y más amplitud de visión y criterio, la bienvenida y convivencia anual es para todos los difuntos, espíritus que han dejado entre nosotros sus cuerpos físicos y se han integrado al espacio espiritual, ese que tiene raíces firmes en los recuerdos, el amor, la nostalgia.
En cierto modo, tanto las iglesias, como las comunidades y las familias, se unen en las profundidades de los recuerdos y la nostalgia por aquellos amados seres que no están más prisioneros de un cuerpo, seres que llevan el universo con la esencia espiritual y mental de sus recuerdos.
Muy pocos seres en el mundo han perdido la memoria de sus ancestros. La inmensa mayoría los recuerda y sonríe por estas fechas cuando dos meses se enlazan, provocando o induciendo recuerdos muy gratos, y nostalgia de la buena por tiempos pretéritos compartidos con los ausentes.