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Perspectiva – Desde Canadá

XXII
Canta Elisa Doolittle, personaje principal en “Mi Bella Dama”, en la voz de la bellísima y talentosa Julie Andrews, en la imagen en pantalla cinematográfica de la no menos bella ni menos talentosa Audrey Hepburn: “No me hables de junio, ni me hables del otoño, simplemente no hables. Demuestra (con hechos). No quiero volver a escuchar una sola palabra. No hay una que no haya escuchado antes.”
Aquellos perspicaces lectores seguro ya se habrán dado cuenta tan solo con esas líneas hacia dónde apunta este comentario, y a quién me refiero.
Después de un siglo de olvido, de abusos, de desatención a los que más lo necesitan, un político navegó la ola de inconformidad que generaron los ingratos presidentes tricolores y azules, prometiendo y convenciendo a todos aquellos que habían sido ninguneados, ignorados y olvidados, que él no sería como todos los que lo precedieron, que él se encargaría de tornar tanto oprobio y carencias en beneficios y riquezas nunca vistas.
La gente, que votó en abrumante mayoría por este singular personaje, evidentemente le creyó…
Algunos de nosotros, que conocíamos de antemano lo opaco de su estilo de administración, lo vitriólico y testarudo de su actitud, y lo impreparado que resultaba ante el galimatías que resulta la administración de la nación, contuvimos la respiración y presagiamos lo ominoso del ambiente que se crearía.
Ante tantos que piensan que disentir de las ideotas y grandes proyectos del personaje de marras nos convierte automáticamente en adoradores de la clase política que fue desalojada en julio del 2018, hay que dejar algo en claro: tanto ustedes como nosotros estamos óptudimóder (Dehesa dixit) de todos ellos y, en mi caso, también del actual presidente.
Aplíquenles la ley y castiguen a todos los corruptos que se llenaron las alforjas con desmedida voracidad, recubriéndose de impunidad, y cubriéndose las espaldas al usar a infinidad de canchanchanes, prestanombres, intermediarios, et al, y persíganlos sin descanso. Que devuelvan hasta el último centavo.
Decía unas líneas arriba que administrar nuestro país es un señor problema: son muchas aristas, combatir la corrupción y castigar a los abusadores es tan solo una de ellas. Al mismo tiempo, hay que cuidar y mejorar la micro con la macroeconomía, combatir la inseguridad, ayudar a los que más lo necesitan con el fin de acabar con la pobreza extrema, cuidar y cultivar las relaciones con los vecinos norteños y sureños de nuestras fronteras, corregir y enderezar todo (y es muchísimo) lo que está chueco, sin olvidar que hay que cuidar la salud, continuar modernizando al país para que los beneficios lleguen a todos, y muchas otras cosas más.
Ahora bien, de todos estos temas hemos escuchado, desde hace mucho tiempo y casi todos los días desde el primero de julio del 2018 a la fecha, que todo será diferente, que ya se está trabajando, que el cambio ya llegó, que no se harán las cosas como las hacían los “adversarios” y, en fin, palabras, palabras y más palabras.
“Es de que nos dejaron un cochinero.” La verdad, ante la cantidad de saliva y de palabrería que ha vertido el presidente desde antes de que iniciara este sexenio, muchos nos sentimos como Elisa Doolittle cuando Freddy le fue a decir palabras de amor: cansados e indignados de que el ruido sea excesivo y las nueces sean ínfimas, molestos ante la inacción.
Todos aquellos que se rasgan las vestiduras defendiendo a alguien que tan solo ha demostrado ser “más de lo mismo”, e incluso peor en otras cosas (manirroto es lo primero que viene a la mente, porque ya se gastó los recursos que dejaron los ladrones del pasado), ¿han visto que el país haya mejorado cuando han transcurrido ya casi dos años de gobierno? ¿Qué obras e instituciones de excelencia han sustituido todo lo que se destruyó? ¿Y el medio billón de pesos que se iban a ahorrar desde el primer año de gobierno?
¿Qué tan difícil es identificar que, ante el peso de la evidencia en contra proporcionada por tantas fuentes (muchas de ellas dentro del mismo gobierno), la estrategia consiste en anunciar rifas de aviones, videoescándalos, hacer alusiones al pasado, y una inmensa cantidad de distractores, en vez de demostrar con acciones que ya se dan pasos firmes hacia la anhelada mejoría? ¿Es de verdad difícil no darse cuenta de que tantas palabras son simplemente excusas? Vaya, ¿alguno ha visto qué tan avanzadas van las obras de Dos Bocas y del aeropuerto de Santa Lucía?
Los pañuelos blancos resultan una burla cuando a todos nos consta que no hay rumbo, y que hasta el “mal llamado” bastión anticorrupción tiene una cola tan larga y gris como las de los que lo antecedieron.
¿Cuánto amor ha demostrado este gobierno con obras que hayan generado trabajos traducidos en ingresos y beneficios laborales? ¿Cuánto amor se ha demostrado a todos los niños que no tienen medicamentos para sus tratamientos contra el cáncer, o personas que no pueden continuar sus tratamientos? ¿Cuánto amor hay hacia las mujeres víctimas de la violencia cuyos albergues fueron cerrados? ¿Cuántos corruptos hay en la cárcel, y han devuelto lo que se robaron? ¿Acaso ya vivimos con mayor seguridad?
¿En qué cabeza cabe que, ante el peso de la evidente ineptitud e incompetencia de este gobierno, exigir que cambie las a todas luces equivocadas estrategias actuales equivalga a pedir el regreso de los bandidos? ¿Desde cuándo exigir cuentas es ir contra el bienestar que nuestras familias y todos merecemos?
Desde esta perspectiva, obras son amores. De palabras y lengua ha sido la dieta de todos los mexicanos desde hace casi dos años, cuando claramente se dijo que “ahora sería todo diferente.”
Las promesas siguen siendo eso, sin que en el horizonte se vea algo concreto, palpable, que genere beneficios contantes y sonantes a los mexicanos y a su salud. Palabras, muchas palabras…
“No me hables de junio, ni me hables del otoño, simplemente no hables. Demuestra (con hechos). No quiero volver a escuchar una sola palabra. No hay una que no haya escuchado antes.”
S. Alvarado D.