Prólogo
Cuando la investigación social y la información periodística están envueltas en una suerte de <<controversia>> en torno a la fecha y el propósito de las primeras incursiones de la comunidad china a nuestro continente, estimada por algunos hacia comienzos del siglo XV y por ende anterior al <<descubrimiento>> de América; la pluma, la inteligencia y la bondad de un investigador yucateco nos sorprenden ahora con un documento histórico sobre la presencia china en Yucatán. El lector advertirá que en sus manos tiene un ensayo inédito: sin entrar en la polémica historiográfica antes aludida, el documento deja abiertas las puertas para que la documentación histórica y la imaginación social puedan hacer justicia a –y dejar constancia de– la condición humana de aventura, curiosidad, interacción e intercambios permanentes. Cuando hoy día leemos que la Frontera Norte suele endurecerse para limitar la entrada de población asiática vía territorio nacional, una suerte de ironía envuelve el pasado cuando José Juan Cervera nos recuerda de los juicios estereotipados que los chinos en California recibían por parte de quienes, en la diferencia cultural, veían una amenaza a la actividad económica local y una agresión a la <<integridad>> cultural de los Estados Unidos del siglo XIX.
José Juan nos hace ver cómo la percepción de la presencia china en México estuvo influenciada por las impresiones y los calificativos que ya circulaban del otro lado de la frontera. Así, además de mostrarnos algunos rasgos indeseables de la condición humana, el ensayo que ahora festejamos no solo documenta el asentamiento chino en la Península de Yucatán, sino que constituye una contribución a la reflexión más profunda sobre el comportamiento humano ante la diversidad cultural. Sin ser un texto estrictamente académico –intención expresamente obviada por su autor–, no deja de incluir un impecable y selectivo apoyo documental que permite acercarnos a ese drama humano que a veces oscila, sin saber dónde detenerse, entre la fascinación por lo alterno y el temor que despierta en el imaginario de nuestra propia identidad. En el caso de los chinos, este temor llegó a desembocar en actitudes de franca discriminación e intolerancia. Estos comportamientos, explicables aunque reprobables, se registraron en la Península de Yucatán con más fuerza una vez que los inmigrantes chinos transitaron de la ruralidad henequenera a la urbe meridana. El desconcierto que despertaban entre los habitantes de la capital les valió severos tratos que estigmatizaban su procedencia étnica. Estas estigmatizaciones se fueron haciendo cada vez más agudas, al grado que su propia condición de origen étnico se erigió en la racionalización de los males que aquejaban a la sociedad local.
Como en otras latitudes del siglo XIX, la tarea de ‘gobernar’ no estaba exenta de la necesidad de ‘poblar’, aun cuando a veces contraviniera los intereses de algunos sectores de la región. En territorio peninsular, los chinos comienzan a establecerse en forma masiva a partir de la segunda mitad del siglo XIX, especialmente en la última década. Lo hacen en condición de jornaleros. Algunos huyendo de Belice, otros como resultado de la política migratoria norteamericana que, en aquel tiempo, decidió cancelar la repatriación de chinos desde Cuba hacia Estados Unidos. Ambos hechos influyeron sobre la forma en que los inmigrantes chinos se incorporarían a la sociedad yucateca.
El texto nos muestra que la entrada de los chinos a Yucatán no fue sencilla y que no gozó de una aceptación unánime por parte de los distintos sectores de la sociedad local. Aun cuando desconocemos a profundidad los detalles para impedir la colonización china, José Juan Cervera nos hace ver cómo el espíritu emprendedor de la época no podía más que subordinar la diferencia cultural china a sus propios intereses económicos: para este sector de la sociedad criolla, el trabajo de los inmigrantes chinos iría a contribuir al enriquecimiento de los terratenientes en la Península. La documentación que José Juan reúne en este espléndido texto –por lo demás escrito en un lenguaje sumamente ameno– también nos recuerda la ambivalencia que la migración suele suscitar. En tanto que para los impulsores de la economía local representaba un beneficio innegable, para otros sectores de la sociedad se convertía en una fuente, y quizá en un pretexto, de agresión a la presunta estabilidad del orden social establecido. Al mismo tiempo, los chinos competían cultural y racialmente con otras poblaciones de inmigrantes, como las de origen africano y los propios japoneses. Esto les valió fuertes estigmatizaciones, aunque a veces menos peyorativas. A veces la ironía de la historia no deja de sorprendernos. Si por un lado algunos de los sectores criollos del México de fines del siglo XIX imaginaban a un país desprovisto de rostro indígena, otros en cambio, más liberales, veían en los inmigrantes, y particularmente en los chinos, una posibilidad para impulsar el desarrollo de ciertas regiones del país. Otros, a su vez, jugaban lo contrario y creían que los chinos tenían el potencial de <<absorber a la población nativa>>, inhibir el desarrollo y amenazar el orden moral. En medio de todas estas posturas, no resulta difícil imaginar el paulatino entretejido de estereotipos que permeaban las categorías discriminatorias con las que la sociedad local se acostumbraría a percibir a los inmigrantes chinos. El escaso dominio del español por parte de los chinos contribuyó a que se agudizaran los actos de injusticia perpetrados en su contra, una situación que persiste hasta nuestros días y que conocemos con el nombre de racismo y discriminación. En el caso de los chinos, el perjuicio étnico llegó a tal grado de promover, desde un discurso nacionalista, un movimiento <<antichino>> que incluso buscaba prohibir los vínculos matrimoniales y, de ser posible, su estancia en territorio nacional.
Hay que recordar, como bien nos lo señala el maestro Cervera Fernández, que para reforzar los argumentos y las medidas segregacionistas, el lenguaje que se usaba para estigmatizar a los diferentes solía recurrir a imágenes de <<contaminación sanitaria>> que, se decía, afectaba a la población local. Los chinos eran los responsables de introducir enfermedades que amenazaban la salud peninsular y mexicana. Reforzado quizá por la identificación decimonónica entre sociedad y organismo humano, el desprecio hacia los chinos solía acentuarse recurriendo a metáforas que aludían al desequilibrio del binomio salud-enfermedad. Algo semejante sucedió con lo que José Juan nos relata sobre los juegos prohibidos y el <<vacilante>> consumo de opio, el cual llegó a perpetuarse hasta bien entrado el siglo XX, así como los calificativos del <<peligro amarillo>> con el cual los chinos eran catalogados en el medio urbano por sus prácticas de mendicidad.
La presión social y la discriminación étnica ejercía sobre los chinos, su paulatina integración a la sociedad yucateca urbana, los acontecimientos revolucionarios de principios de siglo XX y los sucesos políticos de la propia China durante el primer cuarto de siglo, van conformando un escenario de reivindicación social y cultural que incluye a los inmigrantes chinos como protagonistas importantes: varios de ellos lograron constituirse en diversas asociaciones para proteger sus intereses laborales reivindicar sus derechos culturales y humanos. La última sección del texto esboza este momento histórico en el que, desde diversas ideologías y contextos, organizaciones políticas y agrupaciones se constituyen para reivindicar la presencia china, tanto en Yucatán como en el país entero.
Quisiera finalizar esta presentación diciendo que el texto de José Juan Cervera cumple un doble e importante propósito. Está escrito con el cuidado minucioso del historiador que le permite descubrir los datos más recónditos de los archivos hemerográficos, datos que son indispensable para reconstruir las actitudes más sensibles y minúsculas que dan rostro a nuestra historia. Pero su escritura también está orientada por una sensible vocación antropológica que busca ubicar la diferencia cultural en una justa dimensión de respeto a la diversidad, sin dejar de reconocer la creciente diversificación de nuestras sociedades, así como las relaciones de poder que asignan un valor específico a cada una de las partes. En este sentido, el texto de José Juan nos acerca a los chinos de Yucatán, a su historia, a la vez que nos motiva a ser desde un punto de vista conceptual y metodológico, incluyentes e interdisciplinarios. Finalmente, al haber develado una parte de la historia de los chinos en Yucatán, José Juan ha logrado tocar algunos de los aspectos más profundos y sensibles de las relaciones sociales y la convivencia humana. Estoy convencido que, al recorrer las páginas de este libro, el lector llegará a conclusiones semejantes.
Pedro Lewin Fischer
Continuará la próxima semana…