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El misterio del hospital San Jorge

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Cuando compró el edificio no supo de ninguna trampilla en el suelo. Era el resto del edificio lo que había ocupado su atención. El costo por las reparaciones y el mantenimiento iba a ser inmenso, pero al final valdría la pena: Tienes que invertir dinero para ganar dinero, en especial si se trata de un edificio tan grande como un hospital abandonado.

Algunos de sus colaboradores y acreedores le dijeron que era un riesgo innecesario, que era más conveniente que demoliera todo y pusiera en venta el terreno. Pero él era un hombre que pensaba más allá de la simpleza, y sabía que se podría extraer hasta la última gota de ganancia al lugar.

La última noche de trabajo, después de mandar a casa a los trabajadores, decidió revisar cada uno de los cuartos.

El hospital, aunque tenía una amplia entrada, estaba mayormente compuesto de pasillos que se interconectaban en un caos de construcción. A eso también había que añadir las múltiples puertas a lo largo de dichos pasillos.

En lo que alguna vez fue el cuarto de rayos X, los trabajadores encontraron la trampilla luego de mover una enorme y vieja máquina de rayos-X que ya no tenía que estar en el lugar. Fue llamado y, luego de discutir por varios minutos, se decidió que la mañana siguiente, a primera hora, se abriría.

Ese era el plan, hasta que escuchó el ruido.

A solas en el lugar, pensó que podría tratarse de un asaltante, pero no se explicaba por qué alguien se tomaría la molestia de robar en un edificio abandonado. Daba igual. Siempre llevaba una pistola que utilizaba por protección, por la constante paranoia que sufría.

Se adentró en el hospital y descubrió que el sonido venía del cuarto de rayos X. Al asomarse, arma en alto, lo primero que vio fue la trampilla abierta. Estaba seguro que ninguno de los trabajadores la había abierto, a menos que lo hubieran hecho mientras cerraba el resto de las entradas, aunque no veía razón alguna por la que lo hicieran.

Al acercarse a la trampilla, vio una escalera de peldaños de piedra, iguales al resto del hospital y, al final, un pasillo iluminado. Le pareció extraño que hubiera luz allá abajo, estaban por romper y derribar las paredes con el equipo pesado, por lo que ni siquiera un estuche de fusibles había sido conservado en todo el edificio. ¿Un generador tal vez? Y si ese fuera el caso, ¿para qué? Más bien, ¿para qué ocultar una parte del hospital de esa manera? ¿Se trataría de algo ilegal?

Consideró llamar a la policía o bajar a revisar por su cuenta. Una parte de él temía que, si se trataba de alguna clase de almacén de mercancía ilegal – drogas, armas, etc.–, las autoridades lo forzarían a aplazar la reconstrucción del sitio. Quien sabe, tal vez no era para tanto. Tal vez solo era una especia de bunker diseñado para resguardarse durante emergencias o algo así.

Decidido, sacó su teléfono y marcó “911”, listo para presionar el botón que estableciera la conexión. Pistola en mano, bajó los peldaños…

El nauseabundo hedor que despedía lo hizo tambalearse. Estaba decidido a marcar el número cuando nuevamente escuchó el ruido. No había duda de que venía del pasillo iluminado.

Notando que el aroma se despejaba, entró sin más. No retrocedería hasta encontrar el origen de ese ruido.

El pasillo era largo, del mismo color gris que el resto del hospital, pero mucho más maltratado, con paredes agrietadas y la pintura cayéndose en pedazos. El piso estaba tan sucio que no reflejaba la luz de las parpadeantes farolas encima de ellas, que parecían a punto de caer.

Había cuatro puertas alineadas en la pared izquierda del pasillo y, al final, lo que reconoció como el generador eléctrico. Con un objetivo a la vista, y con un poco más de confianza, avanzó por el pasillo hasta llegar a la primera puerta.

La puerta colgaba de una bisagra. Algo en el interior llamó su atención. El cuarto estaba iluminado y no solo por la luz de las lámparas. En una pared colgaban radiografías de rayos X. Mientras caminaba para inspeccionarlas, encontró varias cosas tiradas en el piso del lugar: jarras de vidrio llenas de un líquido opaco, instrumentos de cirugía oxidados, recipientes de metal que contenían huesos roídos, y un líquido negro esparcido en el cuarto.

Cuando miró la primera radiografía, dio un respingo: La radiografía mostraba lo que parecía ser el interior de la cabeza de un pez rape, esos peces raros con una antena encima de su cabeza con la que atraen a sus víctimas. Esta imagen no tenía la protuberancia y tenía los dientes mucho más largos. Al preguntarse por qué alguien tomaría una radiografía a un pez, observó algo más: La cabeza de pez no terminaba en una cola, parecía más bien como si estuviera unida al…cuello de una persona.

Las demás radiografías mostraban cosas similares.

Huesos de una mano con unos dedos largos que terminaban en punta; imágenes de una caja torácica que se expandía más allá de los pulmones, cubriendo prácticamente todo el cuerpo; una columna de la que sobresalían varias espinas.

Una sensación de angustia absoluta lo recorrió.

Salió del cuarto. No estaba seguro de lo que había visto, pero ello le causaba un gran malestar. Simplemente no estaba hecho para este tipo de cosas.

Respiró hondo – no mucho, debido al fétido aire – y, sin perder más tiempo, fue hacia el generador, sin tomarse la molestia de mirar al interior de la segunda habitación, que también estaba abierta.

Al escuchar un ruido al final del pasillo, se metió a este cuarto por puro instinto, en un intento de esconderse de lo que fuera que viniese.

Tuvo que limpiarse las manos con su chaqueta, ya que el sudor estaba haciéndole difícil agarrar su pistola. Esperó con la espalda sobre la pared, mirando con el rabillo del ojo hacia el pasillo, esperando el asalto que nunca llegó.

Bajó el arma y, cuando estaba a punto de salir del cuarto, su pie pisó algo. Era una fotografía antigua. En el piso estaban desparramadas cientos de estas, alrededor de lo que parecía ser una cama de restricción para pacientes de terapia de shock.

Recogió la que había pisado y la observó por un momento.

En ella se mostraba lo que parecía ser un hombre. Recordó el nombre que se le daba a esa enfermedad: Piel de Arlequín. El sujeto en la foto parecía padecer uno de los casos más graves que existía, podía ver sus rojos vasos sanguíneos con extrema claridad, en contraste con su palidez extrema y sus ojos teñidos en rojo. Lo que le llamó la atención al dueño era que este no parecía convaleciente, de hecho, en la foto en su mano, como las demás fotos que estaban en el piso, se mostraba erguido o agazapado o moviéndose en sus cuatro extremidades por el piso.

Tomó la fotografía que se encontraba encima de la cama de restricción. La volteó una y otra vez hasta que descubrió lo que estaba mal con ella. O más bien lo que no estaba mal. No era que la cámara estuviera de cabeza o movida de alguna forma: El sujeto estaba en verdad caminando en cuatro patas por el techo.

Era suficiente de esta mierda.

Salió al pasillo con el arma apuntando hacia el fondo. No había ni un alma a la vista. Avanzó hasta que estuvo a la altura del tercer cuarto. Era el único que aún estaba cerrado.

Se detuvo y después de dudar por un momento, giró la perilla. Cerrado. No iba a negar que era un alivio.

Sin embargo, percibió por la puerta un murmullo que venía del interior. Era bastante bajo, casi inaudible, pero perceptible en el silencio del lugar.

Acercó su oído a la puerta, pero no entendió nada del sonido, ni estaba seguro que fuera una voz.

Decidió ir hacia ese puto generador que ya le había colmado la paciencia.

Entonces lo olió. Un aroma metálico, muy fuerte. Algo que nunca había olido en su vida. Venía de la cuarta y última habitación. Esta no tenía puerta alguna, y estaba en completa oscuridad.

Se acercó un par de pasos y notó que el aroma aumentaba. Con el generador a solo unos pasos, se resignó a lo que pasaría a continuación, y entró sin más.

Probó el interruptor de la luz. Nada. El brillo de la pantalla de su teléfono le daba algo de luz, pero no era suficiente no quería gastar la batería encendiendo la linterna. Cautelosamente, avanzó hacia el interior, hasta que chocó dolorosamente contra algo. Mientras se sobaba la cintura, el proyector se encendió, dirigiendo un rayo de luz blanca a una de las paredes, presentando un filme.

Las imágenes mostraban a un sujeto en posición fetal en el piso de lo que parecía ser una celda. No se podían ver las facciones del sujeto. Luego la imagen cambiaba al sujeto en la misma celda, pero esta vez sentado en el piso, dándose un abrazo. La imagen cambió una última vez mostrando al sujeto de frente a la cámara.

Contuvo un grito. Sabía cómo se llamaba la enfermedad. Anencefalia. El sujeto la padecía, y estaba seguro que las personas que la tenían no podían sobrevivir por mucho tiempo. El sujeto se mostraba moviéndose, vivo, con el cerebro expuesto, el cual era mucho más grande que un cerebro normal, hasta el punto de suplantar los ojos con la parte delantera de la corteza cerebral.

Se sintió enfermo viendo el cortometraje. Esa cosa no le generaba esa clase de lástima que otros con la misma condición le daban, sino una repulsión indescriptible en todo su ser. Siguió mirando la película. Un sujeto en bata de laboratorio se acercaba a la jaula. Parecía hablarle a la criatura, aunque era difícil decirlo, pues la película no tenía sonido.

Algo empezó a suceder. La cosa se levantó y su cerebro empezó a palpitar de manera frenética, moviéndose como un corazón abierto. El sujeto con la bata de laboratorio dirigió su mirada a su brazo, parecía que le estaba dando una especia de ataque, y su rostro se llenó de horror cuando su brazo se dobló en una posición imposible, y también lo empezó a hacer su espalda. El horrorizado rostro del sujeto miraba a la cámara.

Aparto los ojos de la proyección justo en el momento en que el sujeto de la bata era compactado por una fuerza desconocida hasta formar un pequeño bulto sin vida. Esto era una locura, se dijo, apartándose del proyector. Su zapato hizo un sonido húmedo al caminar.

La película le había robado tanto la atención que solo ahora, a la luz del proyector, podía ver con algo de claridad el piso del cuarto.

Restos humanos se apilaban en pequeños bultos en cada uno de los rincones del cuarto, emanando sangre que corría por el piso.

Gritó. Gritó como nunca lo había hecho.

Su grito fue ahogado por el sonido de la puerta del cuarto adjunto al abrirse con tal fuerza que fue arrancada de sus bisagras.

Se quedó quieto, temblando y sujetando la pistola cerca de su pecho. Presionó el botón de marcado del celular una y otra vez.

Lo que sea que hubiera salido del cuarto, ahora estaba rondando el pasillo. Los ruidos que emitía eran extraños, como el sonido de un animal desconocido, seguidos de un grito agudo.

Después de lo que pareció una eternidad, la cosa se alejó, dirigiéndose a las escaleras, subiendo cada peldaño. Sus pies hacían un fuerte y extraño ruido, como si tuvieran cascos.

Cuando finalmente juntó valor, se asomó al pasillo. Vio las huellas dejadas por la cosa. Parecían marcarse fuertemente en el piso, como si la cosa que los provocara pesara cientos de toneladas.

Al pasar frente a la puerta abierta del tercer cuarto, demasiado asustado y con un ataque de pánico en camino, no observó la delicada decoración en el interior, ni la cama, o el armario y el tocador, mucho menos los juguetes regados en el suelo.

Subió las escaleras hasta salir de la trampilla. Observó que las huellas apuntaban a una ventana rota. No se tomó la molestia de ver por la ventana. Simplemente se dirigió hasta la entrada y marcó 911 una vez más, proporcionando su dirección antes de caer desmayado en el piso.

La investigación posterior no concluyó nada.

En su cama de hospital, las autoridades le informaron que el edificio se había derrumbado. Se intentó localizar la trampilla que describió, pero nunca fue encontrada. A pesar de que su existencia fue corroborada por los otros trabajadores, parecía nunca haber existido.

Intentó por todos los medios que le creyeran, pero simplemente no había evidencia de lo que decía, ni rastros de las supuestas huellas.

Ante la falta de evidencias, y lo fantástica de la historia, no fue difícil convencerlo de que todo debió haber sido alguna clase de alucinación ocasionada por inhalar el aire guardado y toxico de algún cuarto no abierto durante mucho tiempo. Eventualmente terminó creyendo esta mentira, principalmente porque quería olvidar por completo la experiencia.

Nada se volvió a hacer al respecto. Los informes del caso no mostraron nada que pudiera apoyar lo descrito y se cerró sin más.

Sin embargo, dos hallazgos deben ser mencionados.

Después de investigar sobre el Hospital de San Jorge, que era como se conocía al hospital abandonado, muchos de los vecinos se quejaron de los “aullidos que algunos pacientes hacían en la madrugada”, que fue solo una de las muchas razones por las que el hospital fue cerrado.

La segunda evidencia es que, en el bosque cercano al hospital, la gente dice que ha visto venados acercarse a las carreteras y casas cercanas. Nunca ha habido venados por esos lugares y, sin embargo, mucha gente ha descrito “algo con astas muy grandes rondando por las noches en el bosque”.

HUGO PAT

yorickjoker@gmail.com

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