“La mitad superior del cuerpo piensa y hace planes,
pero la mitad inferior determina nuestro destino…”
Albert Einstein
Aída López
El 8 de mayo pasado, hace 75 años, se dio por terminada la Segunda Guerra Mundial. Winston Churchill, Primer Ministro del Reino Unido, ante el Parlamento Británico celebraba la rendición de Alemania después de una guerra de seis años, misma que documentó en igual número de volúmenes, haciéndolo acreedor al Premio Nobel de Literatura en 1953.
“En la guerra y en el amor todo se vale”, o en la guerra el amor se vale. ¿Quién pudiera dudar de tal aseveración cuando en la historia bélica las espías han sido determinantes para ganarlas?
El cine y la literatura han banalizado y romantizado el espionaje femenino a través de la imagen de la femme fatale, mujeres cuya belleza pone a prueba las mentes estratégicas de hombres brillantes que se dejan seducir sin resistencia, ignorando los alcances de esos coqueteos. James Bond sentiría envidia del modus operandi del sexo débil, el poder de su penetración –sin albur– en los lugares mismos donde se resguardan los secretos de inteligencia que llevarían a las naciones a triunfar.
Las mejores espías mantienen bajo perfil, pero alto grado de inteligencia. Si bien el arte de la seducción es su mejor arma, esta incluye la capacidad de persuadir, interpretar diversos roles, audacia, resistencia, intrepidez, libertad sexual, habilidad para sonsacar y cooptar, destrezas que van mucho más allá de un bello físico, que siempre ayuda. Alejadas del glamur, tienen un objetivo que posee la información que deberán obtener, pase lo que pase, sin desviarse de la misión. Parece fácil conformar el perfil de una agente secreta, sin embargo, la mayoría o todas han llegado a serlo de manera fortuita, capacitadas a posteriori. Algunas por necesidad, otras a través de amistades o por azar, han recolectado datos útiles para la toma de decisiones de los poderosos durante los encuentros bélicos.
Si bien cuando hablamos de espías nos viene a la mente la holandesa Mata Hari, agente H-21, existen muchas otras. Margaretha, tras un matrimonio fallido con dos hijos, creó un mito en torno a su vida, parte de su éxito como bailarina y cortesana. Sendos oficios le dieron para sobrevivir y la condujeron al espionaje. La supuesta princesa de Java llegó a ser la bailarina exótica más exitosa de la Belle Epoque. Sus danzas sagradas harían hablar hasta a un mudo.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la inteligencia británica incorporó a la polaca Christine Granville para combatir el nazismo. Reclutada por el Special Operations Executive creado por Churchill, se convirtió en su agente favorita. Un matrimonio que la salvó de ser ejecutada y un accidente esquiando fueron detonantes para convertirse en la aliada incondicional de los ingleses. Fue la primera mujer contratada para tal fin, realizó verdaderas hazañas para infiltrarse y organizar grupos de resistencia entre los mismos alemanes que ocupaban Francia. Con su sonrisa cándida, manipulaba a la Gestapo, se provocaba lesiones para fingir enfermedades. Su audacia y encanto eran preocupantes. Amantes fugaces inyectaron adrenalina a sus días, e inspiraron a Ian Fleming para crear a la primera chica Bond.
Amy Elizabeth Thorpe, de origen estadounidense, tras un matrimonio fallido y dos hijos, uno de sus amantes la involucró en el espionaje británico a través del British Security Coordination. Con el seudónimo de Cynthia, espió las embajadas alemana, japonesa e italiana. Tuvo una larga lista de seducciones, ella sabía que las guerras no se ganan con métodos respetables. Sus amantes incluyeron desde oficiales, ministros, embajadores hasta condes. Obtuvo la información para descifrar la clave de la máquina encriptadora Enigma. Los mismos oficiales alemanes le revelaban los secretos del Tercer Reich para invadir territorios. Su jefe en el M16 inspiró a Fleming para crear a James Bond.
Como dije, las actividades previas al espionaje son variadas, así como las nacionalidades. La afroamericana Josephine Baker, con cuatro divorcios y una exitosa carrera de bailarina en los cabarets parisinos, fue catapultada hasta el espionaje durante la Segunda Guerra Mundial. Desnuda con un cinto de bananas en las caderas, despertó la admiración de Hemingway y la inspiración de Picasso para pintarla. La “Venus de Bronce” realizó tareas de espionaje entre la resistencia francesa. Japoneses, alemanes e italianos fueron víctimas del encanto de la “Perla Negra” –por su predilección hacia los collares de perlas-. Fue reclutada por el Deuxième Bureau para asistir a las embajadas durante las fiestas y prestar atención a las conversaciones que pudieran arrojar información útil para el país galo.
Todo lo anterior confirma que en el terreno de la seducción no ha quedado títere con cabeza por más resplandeciente que esta sea. Es así como el creador de la Teoría de la Relatividad no calculó los riegos de enamorarse de una soviética en plena Guerra Fría, y todo por no mantener la cabeza fría. Margarita Konenkova, en un viaje a Estados Unidos acompañando a su esposo escultor quien realizaría una estatua de Albert Einstein, aprovechó penetrar en la academia para relacionarse sentimentalmente con el científico, quince años mayor que ella. Con el seudónimo de Lukas, la agente se infiltró en la mente de quien elucubraba la bomba atómica. Margarita cumplió su misión, reunió a su objetivo con el vicecónsul soviético en la Unión Americana, para luego retornar a su país y sostener una relación epistolar poética con su amante. Si bien el físico se arrepintió de sus ideas atómicas, no fue así de su amasiato con Margarita, de quien nunca conoció sus verdaderas intenciones.
Entre las armas de guerra se encuentra el sexo, el oasis en días en los que nadie sabe si será el último. Si bien estas armas son del conocimiento de los estrategas, ante una sonrisa encantadora, o un escote, olvidan que pueden estar frente a su peor enemigo: Mujeres con tan variados perfiles que es difícil distinguirlas. Desvelar secretos, desmontar ataques, obtener mapas, códigos y archivos, justificaron las visitas de alcoba; las que fueran necesarias.
Son pocas las ocasiones en las cuales los vencedores les dan un lugar en la Historia, a pesar de que sin su información hubiera sido imposible ganar guerras. Ellas tienen claro, como Einstein, que la mitad inferior del cuerpo puede determinar el destino del mundo.