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Historia de un lunes – XIX

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IN MEMORIAM ENRIQUE GOTTDIENER (*)

Alguna vez he señalado que la historia de la escultura en Yucatán en el Siglo XX es la historia de Enrique Gottdiener Soto. El maestro nació en la ciudad de México, D.F. en 1909, pero vivió en Yucatán incontables, años hasta su fallecimiento, hace tres años, el 14 de abril de 1986. Casi toda su portentosa tarea escultórica se realiza en Yucatán: desde aquellos días en que empleaba su talento y habilidad en la creación de muebles de estilo clásico o neoclásico, en objetos de arte emulados de los europeos, y en ecce homos de notable belleza plástica extractados de bolas de marfil.

Sin embargo, nos interesa Enrique Gottdiener como creador de esculturas yucatecas, con esa honda raigambre maya. Creo que las primeras muestras de esta forma de su arte no comienzan a darse sino hasta 1973, durante una exposición de la que entonces opiné “Veinte bronces integran la exposición del maestro Enrique Gottdiener Soto, primera presentada por él en muchos años, aquí se evidencia la madurez alcanzada por el artista que siente y comunica su mensaje con hondura. En sus cabezas indígenas, en sus pequeñas figuras campesinas, percibimos la incuestionable influencia del arte maya…” Es cierto, también, que el maestro Gottdiener ya era un hombre maduro cuando expuso por primera vez en Yucatán. Por lo que vemos entonces, era ya un infatigable experimentador que solía viajar a los pueblos del interior del Estado, donde trababa amistad con los campesinos para retratarlos en sus cotidianas faenas, en el plantel, en el hogar, al retorno de la cacería, en el mercado, en la pensativa banca de un parque (recordemos a Don Xpil y a doña Zenaida), hojeando el diario, o simplemente descansando. De este modo surge, por ejemplo, una escultura memorable: Indígena de Zací, donde observamos a un campesino retornando del plantel que se ha detenido un instante para secarse el sudor de la frente en la típica manera de nuestros indios.

Entre su copiosa producción (a la que Fausto Castillo llama “selva de estatuas”), Gottdiener ha creado a Ixchel, la diosa maya de la fecundidad, que nos muestra su abultado abdomen. Este mismo tema del embarazo lo encontramos en otras esculturas suyas como Un hijo más, en que la futura madre campesina se nos muestra en movimiento, caminando sin prisas. Hay muchas otras obras de Gottdiener que merecen un comentario, aunque breve: Indio maya con machete, que manifiesta la sosegada presencia de un campesino en un momento de reposo. En Madre sentada y Madre con niño tenemos oportunidad, una vez más, de percibir la honda preocupación del escultor con el tema de la maternidad. En ambas están reflejados los más profundos sentimientos de ternura. El deshierbador nos transmite la misma sosegada tranquilidad que observamos en Indio maya con machete. Mestiza caminando es una figura elegante. Express particular es un excelente logro. Goyita, una obra maestra de caracterización semejante a Doña Zenaida. Brujo sentado es un espejo infinito de edades y padeceres que ya anticipa la futura, inmensa, creación del magistral Hechicero. Este Hechicero es, en mi concepto, la más acabada obra del maestro; es un hombre maya sin edad, grandioso en su sabiduría, inmutable, sentencioso y prudente. El inescrutable rostro es, sin embargo, bondadoso, es un personaje emitido de lo más profundo de los siglos, dueño de un indeclinable vigor, es un h-men, un chilam balam, o un kayum, tal vez, que viaja por el mundo contando las viejas historias del Mayab legendario. O quizás –he pensado– que sea el mismo Abuelo Gottdiener que trata de decirnos algo que no nos es dable comprender.

Pienso que también deberíamos mencionar la escultura Maíz al molino, que representa a una pareja de campesinas que casi vuela camino al molino con su preciosa carga maicera; en esta pieza, Gottdiener no sólo ha captado un instante singular en la accidentada vida campesina de Yucatán, sino que logra eternizar ese instante mediante el hábil desdoblamiento técnico del movimiento de las figuras. El bronce vibra con el paso de las mujeres y, dentro de la simplicidad del tema y de su concepción plástica, se alcanza la cumbre de la obra de arte destinada a sustentar el espíritu.

Pero el maestro Gottdiener no fue solamente un escultor de bronces de espíritu maya, sino que también brilló como creador de bustos de contemporáneos suyos, personajes notables del arte y de la literatura. Esos trabajos nos revelan sus legítimas dotes de psicólogo, minucioso observador de los rasgos y de las emociones de sus modelos. Entre sus más destacados bustos podemos citar los de Ermilo Abreu Gómez (en el parque que lleva su nombre), el de Antonio Mediz Bolio (instalado en el Instituto de Cultura de Yucatán), Eduardo Urzaiz Rodríguez, Guty Cárdenas, etc. El de Mediz Bolio es sencillamente magistral, una obra maestra de caracterización. Y, por último, el busto-retrato del propio Abuelo Gottdiener busto de senador romano en el estilo clásico, obra serena con una concepción estética equilibrada y elegante.

En cuanto a estatuas, no fue pródigo, pero nos heredó algunas importantes esparcidas en esta ciudad de Mérida y en distintos puntos del interior del Estado: el monumento a Fray Diego de Landa, en Izamal; Madre indígena con niño (otra vez reiterando tema de la maternidad) en Tixpéual; el altorrelieve de Manuel Antonio Ay, mártir de la Guerra de Castas en Chichimilá, y el busto de Jacinto Canek en la avenida de este nombre.

Gottdiener incursionó en otras facetas de su arte: como miniaturista ejecutó obras en marfil, maderas duras y metales. Expuso en infinidad de lugares del país, y en el extranjero muchas de sus obras dan lustre a museos como los de Bélgica, Israel, Irán, Paris, Inglaterra, Hungría, Roma y los Estados Unidos.

Sintetizando, a las obras de Enrique Gottdiener podemos decir las domina un espíritu sereno, un equilibrio sobrio y la claridad. La sencillez de cada una de sus piezas, la naturalidad de sus líneas y sus volúmenes, brinda a su obra un toque de distinción, un sello personal que revelan un alma bondadosa y un espíritu reposado. Gottdiener se opuso siempre a las calenturas vanguardistas de los aventureros. Permaneció siempre fiel a su estilo académico tan apartado del anti-arte. Repudió el arte-pop y la llamada escultura de chatarra, cuyos deplorables efectos ya conocemos. Su arte es un arte de alturas humanísticas (como el de Miguel Ángel) y su invariable motivo fue el hombre.

Como ser humano, como persona, posee también sitio particular. Solía recepcionar a sus amigos en su inolvidable taller de la calle 60, sitio frecuentado por presidentes de la República y gobernadores del Estado. Dentro de aquel taller atestado de polvo, de telarañas y de grandiosas obras de arte se estaba uno a gusto escuchando la pausada conversación del artista.

Hoy, al cumplirse el tercer aniversario de su fallecimiento, el Gobierno del Estado, a través del Instituto de Cultura de Yucatán, memora su vida y su obra. Su recuerdo vivirá siempre entre nosotros.

Mérida, Yuc., abril 14 de 1989.

(*) Trabajo leído ante el busto del escultor en el Instituto de Cultura de Yucatán.

Roldán Peniche Barrera

Continuará la próxima semana…

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