Perspectiva – Desde Canadá
XIV
La rutina diaria que me he impuesto desde que llegué a la casa en la que vivo inicia temprano, cuando me levanto de la cama y me dirijo a encender el radio. La estación que me acompaña en mis abluciones matinales está en la banda de FM, en la longitud 101.9, y se llama “boom 101” (https://boom1019.com/). Como bien dice Boston en More than a feeling, “Enciendo la música para iniciar mi día”.
Entre las cosas que más apreciaba de las visitas a Mérida del sinigual Jorge, avecindado en los estéits desde hace ya varias décadas y hermano de mi hermano no consanguíneo el kwakiutl, además de saludarlo, era poder hablar de música con él.
Siempre con un amplísimo criterio, era un maestro con la guitarra, siendo el alma de las veladas literato-alcohólica-musicales de su familia, veladas a las que acudí con poca frecuencia (después de todo eran de esa naturaleza: familiares), pero que dejaron un recuerdo indeleble en mi memoria.
Casi siempre era él (aunque también su hermanito Pepe era/es un gran conoisseur) quien me orientaba con un simple “¿Ya escuchaste a…”? para luego soltarme un nombre y una canción, o, en aquellos días en los que coincidíamos en su casa, acaso asentar la aguja de la tornamesa sobre la pista del disco de vinilo que quería que escuchara, para a partir de ese momento grabar en mi memoria los sonidos que me educaron hasta convertirme en el amante de la música que soy.
Algunas veces, las menos, era yo quien correspondía a su amabilidad y le mostraba alguno de mis descubrimientos. En particular, recuerdo que él nunca había escuchado a The Band, y se volvió fan de ellos cuando le comenté cómo me había encantado The Last Waltz, mientras entregaba en sus manos el disco doble que adquirí.
Jorge enviaba a su familia casetes con música “sin comerciales” (rock, principalmente, aunque para sus hermanas enviaba algunos con música pop) de estaciones de radio que escuchaba en Oregon, que luego el kwakiutl, cuando estaba de buenas y lo recordaba, nos prestaba para que escucháramos.
En esos casetes escuché ejemplos de programación musical que me parecieron innovadores y que siempre añoré existieran en Mérida. Por ejemplo, “Ten in a row”, diez canciones seguidas sin comerciales, o bien, “Three from the same year”, tres canciones seguidas sin comerciales del mismo año en que salieron al mercado. No es necesario decir que esos casetes eran parte de la brújula musical con la que orienté la mayoría de mis gustos musicales, encontrando en el camino a muchos de los artistas que se han convertido con el tiempo en los iconos de muchos como yo.
Pues bien, al escuchar por primera vez “boom 101”, todos esos recuerdos vinieron a mí. Con instalaciones físicas junto al río St. Lawrence, en Cornwall, es una estación de rock clásico –con música de los 70s, 80s y 90s–, con diferentes segmentos a lo largo del día: de 6 a 10 a.m. está el “boom breakfast” con Dan & Bill, que comentan lo que sucede en la comunidad, y después vienen la sección de “10 en fila” con Gonzo, a las 2 p.m. llega Darryl Adams, y Kevin Williams los fines de semana.
El poder hipnótico del radio ha sido motivo de infinidad de canciones, algunas de ellas muy cercanas a mi corazón.
El título de esta aportación es el nombre de la canción inicial del disco Permanent Waves de Rush, una afectuosa remembranza de Neil Peart –a quien cada vez que recuerdo, aprecio y extraño más– a las estaciones de radio con las que creció, y al mundo de los conciertos.
Y cómo olvidar a Peter Gabriel con On the air, de su segundo álbum (llamado simplemente PG 2, o Scratch), que habla de Mozo, un radioaficionado que cada noche emite su “clara” señal para hacerse presente en la vida de sus radioescuchas, o a Radio Gaga de Queen, o Caravan, de Van Morrison, 29 Palms, de Robert Plant, sin olvidar (para beneplácito de mis amigos albañiles), La Auto-Radio Canta, de Miguel Bosé.
Desde esta perspectiva, mientras me dirijo al trabajo por las mañanas, o siempre que me es posible, el embrujo de las ondas radiales se une al pincel de verde que ha usado el Creador para decorar la carretera en estos días, brindándome un excelente motivo para darle las gracias por el aquí y ahora, y por tan buenos gurúes musicales como los hermanos del kwakiutl, mis queridos Jorge y Pepe. [Ah, y también por el kwakiutl, que al final de cuentas era el primer influenciado/discípulo de la doctrina musical que impartían sus hermanos a tantos de nosotros.]
S. Alvarado D.