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“La Mestiza”, Novela Romántica Costumbrista De Don Eligio Ancona

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Muy joven, apenas siendo estudiante de jurisprudencia, incursiona don Eligio Ancona en la literatura de mediados del siglo XIX en Yucatán con su primera novela larga: “La Mestiza”, de 1861. D. Eligio también ejerce en sus tiempos juveniles el periodismo con las publicaciones La Guirnalda, La Burla, y El Álbum Yucateco, en las que publica artículos, notas y poemas, además de ser el editor responsable del periódico El Constitucional.

La Mestiza es una novela de corte romántico, costumbrista y también moralista, entendiendo la moral como “costumbre”, ”uso” o “manera de actuar”, y no como “bueno”, “justo o correcto”. Se publica en el mismo año del fallecimiento de don Justo Sierra O’Reilly, alguien a quien don Eligio tanto admiró y de quien sería heredero y conservador de la novelística histórica de la época. Fallece un grande de las letras yucatecas y surge otro que sostendría en alto la bandera literaria en el Yucatán de ese tiempo. Otras obras de don Eligio Ancona son “El Filibustero”, “La Cruz y la Espada” (1864), “Los Mártires del Anáhuac” (1870), y su novela póstuma “Memorias de un Alférez” de 1904.

La Mestiza es la historia de los amores de Pablo, joven español hacendado, y de Dolores, hermosa aunque humilde muchacha mestiza del barrio de San Sebastián en Mérida. Ambos se aman pero, por las diferencias sociales de la época, no podrán casarse.

Rival de Pablo es Esteban, joven mestizo, digno representante de su clase, honrado trabajador, de oficio zapatero, que ama a Dolores, su compañera de infancia, a quien no se atreve confesar su amor.

Esteban va en busca de Antón, padre de Dolores, a quien encuentra moribundo en Peto –Xnechil– después de una cruenta batalla defendiendo la causa de los blancos en la guerra de castas. El joven mestizo pide la mano de Dolores, y al padre le parece muy conveniente otorgársela para la felicidad de su hija, en lugar de enviarla a casa de doña Elvira Pérez de Moncada, esposa de su ex patrón y madre de Pablo, en donde trabajaría de sirvienta. En una carta póstuma, Dolores se entera con tristeza y pesar del mandato de su padre.

Huérfana ya, la joven queda en manos de su tía Martha, que también se opone a los amores de su sobrina con Pablo, pero pronto la tía también fallece, quedando la joven sin protección alguna.

Temeroso Pablo de que Dolores aceptase la recomendación de su progenitor de casarse con Esteban, a quien ella detesta, con engaños y valiéndose de una cómplice – Magdalena – la secuestra, haciéndole creer que la lleva a casa de su madre, pero entonces la recluye en una obscura y deprimente vivienda vigilada por Magdalena en el barrio de Santa Ana, en donde la muchacha queda presa, a merced de la lascivia de Pablo.

Dolores descubre el engaño, pero su amor hacia Pablo es más fuerte y, dejándose llevar por su pasión, meses después nace Rafaelito. Pablo la abandona sin conocer a su hijo, y Dolores se entera del matrimonio de su amante.

Cae enferma, delira, enloquece. Esteban, quien la sigue amando a pesar de sus desprecios y de saberla ajena, acude en su auxilio. La cuida, la respeta, la reconforta. Dolores se recupera y, en agradecimiento, se casa con Esteban, que se convierte también en padre amoroso de Rafaelito.

Cuatro años más tarde, extraviado el niño en el monte, una persona a caballo –que no es otro sino Pablo – lo encuentra llorando. Le interroga, siente una atracción paternal hacia el infante – la sangre llama –, le conduce a su casa en una hacienda cercana, lo entrega a un indio para que lo devuelvan a sus padres, y he aquí que la fatalidad se hace presente.

Al dar un giro, el caballo se encabrita, corre a toda velocidad y se estrella en el arco de entrada de la hacienda. Pablo, moribundo, es auxiliado por Esteban y Dolores, y entonces se da cuenta de que Rafaelito es aquel hijo que dejó abandonado.

En sus últimos momentos, Pablo es asistido por un médico sin esperanza alguna. Un sacerdote le da la extremaunción. Se arrepiente de todo el mal que ha causado a Dolores. Antes de morir, pide que le lleven a un escribano y nombra heredero universal de todos sus bienes a Rafaelito, pues poco antes la familia del español había fallecido víctima del cólera, quedando solo en la vida.

En la reciente edición (2014) de “La Mestiza” – patrocinada por el Gobierno de Yucatán a través de la Secretaría de Cultura – SEDECULTA, la Secretaría de Educación – SEGEY, el Instituto de Historia y Museos de Yucatán- IMHY, y el Consejo Nacional de Cultura y las Artes- CONACULTA –, que fue objeto de nuestra lectura, el prologuista Manuel Sol afirma, entre otros muy interesantes juicios, lo siguiente:

“La estructura de “La Mestiza” es muy simple. Sin embargo muestra a las claras que, desde sus primicias literarias, Eligio Ancona era un escritor consciente de su oficio y un novelista que había meditado en el arte de la narración. No tiene, pues, razón José Esquivel Pren cuando afirma que, debido a la juventud de su autor, a “La Mestiza” le falta “solidez en la trama y constancia en mantener la psicología de los personajes.”

Otras opiniones autorizadas al respecto nos hablan del autor y su novela.

Antonio Magaña Esquivel afirma que, en “La Mestiza”, Eligio Ancona se había dado a conocer como un escritor “ansioso de penetrar las costumbres y las injusticias de y los rasgos de ciertas capas sociales.” Renán Irigoyen dice que en ella su autor “nos lleva de la mano para mostrarnos costumbres y pequeñas descripciones de su ciudad natal.”

Nosotros decimos que, al leer “La Mestiza”, hemos pasado algunas horas de emocionante esparcimiento. Nos hemos involucrado un poco más en la historia de la ya lejana medianía del siglo XIX, y reflexionado sobre esas diferencias sociales, raciales, e injusticias que aún siguen existiendo en nuestra estratificada sociedad de hoy.

César Ramón González Rosado

crglezr36@yahoo.com.mx

 

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