II
DE LA PLAZA Y DE USUREROS
…La Plaza Mayor de Mérida, que porta y ha portado también los nombres de Plaza de la Constitución, Plaza de la Independencia, Plaza Grande, etc., posee una increíble historia que ha sido contada en parte, pero con una dispersión absoluta. Poseemos las crónicas de algunos españoles de los siglos coloniales y de las de quienes nos visitaron en el siglo XIX: Charnay, el impertinente Waldeck (quien acuñó esta infortunada expresión: “Los habitantes de Mérida no cuentan entre sus compatriotas un solo hombre ilustre cuyo nombre puedan perpetuar sobre las paredes de su ciudad”), el Lic. José Fernando Rodríguez (imperialista que censuró las majaderías de los imperialistas franceses con los yucatecos en 1865), la benévola Sra. Le Plongeon.
Hoy, en nuestros días, la Plaza Mayor continúa siendo origen y destino de infinitas ocurrencias. A la sombra de sus sosegados árboles se conciertan negocios importantes: la venta de una residencia de Villas del Sol, o de una modesta casita de la Castilla Cámara, el traspaso de algún comercio, la adquisición de muebles, la infame práctica de la usura. Memoro, hablando de usureros, al viejo Nicolás, instalado en su banca plazagrandina, aguardando el arribo de infelices dispuestos a pignorar alguna prenda por una pequeña suma gravada de intereses impagables (“Don Nico, este anillo perteneció a mi mamacita; no sea maula, rebájeme los intereses” “Pero cómo…? Ya sabes que yo vivo de esto. Si no te parece, puedes ir con otra persona…”).
Recuerdo a otros usureros: Don Tino, el tío Martínez, un viejo avaro: el Pech… ¡El Pech! Ahí lo veía yo, en la antigua imprenta Zamná de la 58 de don Humberto Lara, ahí por la Placita, la cantina de don Pepe Sansores, los sábados, el día de raya, ahí llegaba el Pech a cobrar los intereses de sus préstamos a los tipógrafos. Allí estaba sentado en una silla próxima al escritorio de Floritos (+) el administrador… El Pech, la versión maya de Scrooge y el tío Grandet, hombre abultado y risueño que jamás se despojaba del sombrero. Se estaba una media hora en la imprenta, a eso de las once cobraba sus intereses que contaba con minuciosa avaricia y luego se marchaba a otro centro de trabajo para repetir la historia… No sé si vivirá el Pech hoy, treinta años después de esos días de calor, de cerveza “caballito” y de olor a tinta y papel y a sudor de hombres trabajando. No sé si ya muerto estará purgando en lo más caliente del infierno, uno de los siete pecados capitales…
(Enero de 1987)
Roldán Peniche Barrera
Continuará la próxima semana…