XI
CARTAS
Villahermosa, Tabasco, a 5 de febrero de 1963
Muy querido primo Dolito:
Somos por igual adictos a las grandes celebraciones: me escribiste el seis de enero, fundación de Mérida, te contesto el cinco de febrero, promulgación de la Carta Magna de 1917.
Mucha alegría nos causó tu carta, primero, porque quienes nunca escriben acusan afecto hacia quienes alguna vez se dirigen; y segundo, porque en ella nos hablas del fabuloso patrimonio mío, representado por la casa, sus árboles, su verja… hasta jardín le llamas al manchón de zacatito cubano que distrae la mirada a un lado del pasillo. Digo, a un lado, porque supongo que el otro, que nunca verdeó, sigue mustio.
Pobres viejitas que se esmeran en cuidar mis sembrados, particularmente la rezandera. Ya la imagino mascullando los misterios, piadoso… gracioso… gozoso… tal vez hasta con sus breves latines de sus beatíficos rosarios, mientras cambia de sitio la pesada manguera de los frutales. Diles que tan sólo hagan lo indispensable para que no se mueran. ¿Viven los aguacatitos de 1960? Este año debieron de echar sus primicias. Sé que en un auto de fe volaron las guayabas indias, para salvar a las guanábanas, ¡guanábanas! Dicen estos rudos hombres en esta tierra feraz donde, asómbrate, en una explanada que hay al frente del Reclusorio Central, se alzan varias matas cuajadas de mangos salidos de semillas que tiraron en el ocio de su espera los visitantes de los reclusos. ¡Si ellos supieran lo que es para nosotros levantar una matita de Manila, degenerada por las filtraciones calcáreas de esa costra, que es toda la península de los hombres del esfuerzo y el tesón, desde la poceta hasta el regar fatigoso!
Con razón triunfamos donde quiera ¡si nuestro suelo nos hizo batalladores y en todos nosotros hay un gladiador encarado con la adversidad y el desamparo! En cambio, qué afortunados los hombres de estos campos que, sin regar jamás, cosechan yuca cuatro veces al año y ven fructificar sus mangales en mayo y en octubre. Por eso hay para ellos tanto tiempo para el hablar mareante, sólo tolerable en sus recias mujeres capitosas…mezcla remota de la sangre indiana del chontal con la francesa que regaron los tres batallones que, desbandados en cierto hecho de armas en Jalpa de Méndez, no hallaron salida entre los cinchos fluviales, lacustres y palustres, que los condenaron a hincar en este suelo su audacia y su denuedo, en fusión con la indolencia arisca y voluptuosa de sus hembras ondulantes y sensuales… como la Malinche.
Pero, bueno, mi casita. Es verdad, no hagas gastos que te bamboleen en tu deficitaria hacienda doméstica. Sin embargo, si quieres y puedes pintarla, dicen mis viejas –yo también traje mi equipo– que sea aguamarina. En ese terreno, tú eres el artista y yo el parroquiano de la exposición. Puertas y ventanas blancas comulgarán con el alma inmaculada de nuestra Merced. Ojalá que en junio pueda llegar a verlas. Es muy difícil. Pero me arrastra todo, y no me olvido de nada. Recuerdo con cariño a nuestros nobles perros: Duke, en la granja, y a Polly, en la terraza de Loline; y a esta misma, con sus largas miradas cariciosas y unidívagas, reflejos de su alma buena, torturada y confusa…
A todos les tengo presente. Ahora que han comenzado de nuevo las clases, en las tardes, pienso en la Universidad. Las mejores horas del día, aún en aquellas de gran ajetreo en la oficina, eran las de mi clase. Digan a Totó, cuando la vean, que la saludo, y que nunca olvidaré el hermoso homenaje que, por inspiración suya, me tributó la Facultad noches antes de salir de ahí. No indeliberadamente he rehusado invitaciones a pasear la Escuela de Derecho en ésta. La presencia de la juventud estudiosa reviviría en mí momentos que acabarían por angustiarme un poco. De todas las actividades profesionales, con ser tan hermosa y grave la que me ocupa, he preferido, siempre, la cátedra. Creo tener más vocación para ella que para las demás.
La vista de la ciudad, pese a su desaliño, y al de sus habitantes, resulta en verdad agradable. Quisiera que vinieran a pasar unos días con nosotros. Trata de convencer a María Luisa de que puedan hacerlo, antes de que arrecie el calor, que es aquí de un fuego senegalés. Tenemos una recámara para huéspedes con vista a la Laguna de las Ilusiones, cuya orilla arranca de nuestro patio. Parece la de esos castillos medievales que guardan en sus aguas silenciadas historias de suicidios de vírgenes cautivas.
Escríbenos de cuando en cuando, aunque para decidirte a hacerlo tengas antes que fumarte una cajetilla de cigarros. Saluda a Marucha, a tus viejas, a Julio César, a quien esperamos en sus próximas vacaciones escolares; y tú recibe un abrazo de quien sabes te ha querido y distinguido siempre.
Álvaro.
Álvaro Peniche Castellanos
Continuará la próxima semana…