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El Canto de la Tierra (IX)

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Lectura de sombras

Continuación…

 

IV

Y hubo un tiempo en que el tiempo

cabía en los manteles del almuerzo,

en los limpios manteles, bajo el día incansable.

¡Qué ritmo el de la luz y los cuchillos

sobre frutos y tiempo y árboles y lluvia!

¡Qué poder y qué lujo el del idioma!

El de fundar las cosas, el de cambiar el polvo,

el de empezar la vida desde los ojos múltiples

de los niños nacidos sobre el canto del mundo,

en la infancia del aire, bajo la aldea fresca

de sombra y de hierba y primavera:

Porque mi pueblo era como el fuego,

un clamor abrazado a unas chozas y a un árbol.

¡Ah!, mi pueblo tenía, como la linda Ur de los

caldeos, su sastre, sus ritos y sus juegos;

un policía, un cura, su Consejo de Ancianos,

dos o tres comerciantes, el brujo confinado

en su áspera colina, guardavías, capitanes de feria,

de danzas, de templos y de haciendas;

dueños-de-la-floresta-y-de-las-vacas;

el alcalde, vecinos, niños, niñas. ¡Campanas!

Raúl Cáceres Carenzo

Continuará la próxima semana…

 

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