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Magia, mitos y supersticiones entre los Mayas (VII)

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VII

DIOSES, ESPÍRITUS Y DUENDES

Continuación…

En un estudio sobre los mayas de Quintana Roo, Villa Rojas describe sus creencias religiosas y supersticiones, que son básicamente las mismas que prevalecen en Yucatán, si acaso con algunas variantes de poca monta.

En esa región de la península, aparte del dios y los santos de la religión católica, se reconoce la existencia de espíritus subordinados a la voluntad del Hahal dios, que es el único y principal, identificado con el del culto cristiano. Estos espíritus son los “dioses” supervivientes de la antigua religión.

Nada de extraño tiene el hecho de que, en tanto se confunden o francamente se han olvidado otras deidades, muy importantes en el pasado, retengan su vitalidad aquellas que tienen que ver con la agricultura, las lluvias y el monte. El indio no juega con estas cosas y, para mayor seguridad, rinde homenaje tanto a los nuevos como a los viejos dioses.

Estos dioses mayas se conocen con el nombre genérico de Yuntziloob, que equivale a “dueños” o “patronos”. Los yuntziloob se dividen en tres clases, dice Villa Rojas, según sus funciones y atributos.

Los Balamoob (balam, en singular) son los que se encargan de proteger a los hombres, las milpas y los pueblos; los Kuiloob-Kaaxoob vigilan y protegen los montes, y los Chaacoob dominan las nubes y envían la lluvia.

Existen algunas creencias relativas a cada uno de estos personajes míticos, y la manera en que afectan la vida de los hombres. Su aspecto se piensa que es semejante en todo al de los indios, y como todos son Yuntziloob, sólo se conoce si un yuntzil es un balam o un Chaac, o un kuil-kaax, por sus funciones.

Los Balam a veces se encuentran en situaciones difíciles, en sus luchas con duendes malignos, y entonces emiten fuertes silbidos que se escuchan en el monte, por la noche, y que indican que un Balam está pidiendo auxilio. Cuando las cosas van mal, el Balam hace uso de unos proyectiles de obsidiana o de pedernal que arroja con terrible fuerza y que se llaman Piliz-Dzoncab. Estos proyectiles, que se encuentran por lo común en montículos arqueológicos, son muy apreciados por los hechiceros, que los utilizan para hacer sangrías.

Los Balam también se encargan de poner en el buen camino a las personas extraviadas pero, si el encuentro es con un niño, el contacto con el Balam dejará al pequeño atontado o, en el mejor de los casos, tendrá un carácter excéntrico durante toda su vida.

Los Kuiloob-Kaaxoob se encargan de proteger los árboles del bosque, y procuran que éstos no sean talados o destruidos sin razón. Estos espíritus habitan en cuevas o junto a los cenotes de las zonas que cuidan. Cuando un indio necesita limpiar un terreno para hacer su milpa, y por tanto ha de talar algunos árboles, debe pedir permiso al kuil-kaax y ofrecerle algunas jícaras de Zacá (bebida hecha con masa de maíz), delante de una cruz improvisada en el mismo lugar. Así se librará de víboras y otros animales peligrosos.

Los Chaacoob, dicen los viejos indios de Quintana Roo, riegan la tierra con agua que guardan en inagotables calabazos, los zayab-chu. Recorren los cielos montados en caballos, y a veces les acompaña hasta la misma Virgen María (Cich Colel), la que viaja sobre un hermoso caballo negro. El agua que hace caer la Virgen, por otra parte, es recogida mediante canales subterráneos en dos cenotes que jamás se pueden llenar.

La imaginación del maya es pródiga en la creación de seres sobrenaturales, ya no precisamente dioses, sino espíritus, duendes o demonios que acechan a los hombres para hacerles daño en la primera oportunidad o descuido.

Uno de estos desagradables personajes es el Ua-ua-Pach, un gigante que entra en los poblados a la media noche y que, cuando sorprende a algún trasnochador, le quiebra una pierna o le causa un desmayo de terror.

¿Y qué decir del Culcalkin, cuyo nombre significa “el sacerdote sin cuello”, y que se describe como un hombre decapitado que recorre de noche pueblos y caminos, produciendo el consiguiente miedo en quien acierta a encontrarse con él?

También se cree en la existencia de Che Uinic, u “hombre de los bosques”, cuya particularidad es que, a pesar de ser enorme, carece de huesos o coyunturas. Por esta razón duerme recostado en un árbol pues, si cae o se acuesta, le es muy difícil ponerse de pie. Es de color rojo, sus pies están al revés y lleva en una mano un garrote del grueso de un árbol. Cuando logra capturar a alguien, lo devora.

Sin embargo, el indio que conserva la calma puede vencer al Che Uinic con facilidad, pues todo lo que tiene que hacer es tomar una rama y ponerse a danzar y hacer cabriolas con ella en la mano. Esto invariablemente produce en el necio espíritu un ataque de risa, tan incontenible que cae al suelo y entonces el cazador puede marcharse, sofocado, pero ileso.

No todos estos seres son precisamente malignos o gigantescos, pues hay otros que son más bien traviesos y pequeños, como niños a los que les gusta jugar y gastar bromas, a veces bastante pesadas.

De esta naturaleza son los Alux, que en Quintana Roo se conocen como Arux. Se trata de duendecillos que viven en los montes y que manifiestan su presencia con diabluras, a fin de que se les obsequie con comidas de su agrado. A veces, hasta pueden causar enfermedades por el “viento” dañino que dejan a su paso. En cambio, si el Alux se hace amigo del indio, este puede tener la certeza de que no le robarán la cosecha de maíz y de que no le faltará agua, ni en tiempo de sequía, pues el Alux puede capturar a uno de los Chaacoob y obligarlo a regar la milpa, a cambio de su libertad.

Los Aluxes están relacionados con los montículos arqueológicos y con la vieja cerámica maya, por lo que puede pensarse que son los mismos diablillos a los que Brinton llama H’Lox, o bien H’Loxkatob, que quiere decir “las fuertes imágenes que barro” en un sentido figurado.

“Se cree –dice Brinton–, desde luego, que son los mismos ídolos y figuras de barro que se encuentran en los viejos templos y tumbas, y por tanto el indio los despedaza en donde los encuentra, en gran perjuicio de las investigaciones arqueológicas”.

“Sólo aparecen –sigue diciendo DGB– después de la puesta del sol, y en forma de un niño de tres o cuatro años, o algunas veces de un palmo de alto, desnudos con excepción de la cabeza, en la que llevan un sombrero grande. Son muy ágiles de pies y pueden correr hacia atrás tanto como hacia adelante. Entre otras diabluras, apedrean a los perros y los hacen aullar. Su contacto produce enfermedades, especialmente escalofríos y fiebres”.

También en el hogar se cuelan los duendes de la mitología maya, ocasionando en realidad molestias e inconvenientes, antes que verdaderos males. Entre estos se encuentra el X’Bolon Thoroch, de género femenino que durante la noche repite los ruidos de las labores domésticas del día. Su nombre significaría “la que amplifica el sonido de la rueca”.

Semejante a la anterior es el diablillo al que llaman Bokol h’otoch, “el revuelve casas”, que se arrastra bajo el piso y hace de noche el ruido del batidor. Otros duendecillos impertinentes son el Yancopek, que se aloja en los jarros y cántaros, y el Uay-Cot, que se oculta en las paredes en la forma de un pájaro-hechicero, arrojando piedrecillas a los viandantes.

Un espíritu verdaderamente malévolo es el Cizin, que no es otro que el mismísimo diablo. Hay que evitar la mención de su nombre, pues podría aparecerse para ver quien lo llama. Por esta razón, el indio prefiere referirse a este demonio con la expresión Kakaz-Baal que, aunque significa “cosa muy mala”, todavía es de menos fuerza que Cizin.

El Cizin adopta muchas formas, y puede tomar la apariencia de algún animal, especialmente la serpiente. Vive en el infierno, esto es, en el Mitnal, pero puede encontrársele en ciertos hormigueros que se llaman Mulsay, en los que se supone que inician conductos subterráneos que llegan hasta el Mitnal. Se dice también que, a veces, el Cizin hace pacto con ciertos hombres, a quienes dota de poderes extraordinarios. Es así como adquieren sus conocimientos los hechiceros, y también su habilidad para realizar cosas que los demás no pueden.

Quizá el más conocido de estos seres sobrenaturales sea la X’tabai, la engañadora, que se aparece a los hombres en la figura de una hermosa mujer que, luego de seducirlos, los arrastra a su perdición. La X’tabai gusta de situarse junto al tronco de alguna vieja ceiba, donde permanece peinándose con coquetería su larga cabellera hasta que acierta a pasar algún incauto que fácilmente se prenda de sus encantos. Cuando el imprudente galán se acerca, la bella aparición se aleja.

¡Ah, el eterno juego del deseo, que oscila entre la promesa y la fuga!

La misteriosa dama parece invitar, con seductora discreción, a que se le siga. Sus ojos y su cuerpo encienden la pasión del cazador, que no sabe que la presa es él, atraído por la trampa más antigua e infalible. Cuando al fin alcanza a la X’tabai, monte adentro, y se dispone a enlazarla con sus brazos, observará con horror que la mujer se transforma de pronto en una terrible maraña de pelo, garras y espinas, que a su vez lo envuelve y lo desgarra.

Si el infeliz no muere en el acto, regresará a su casa sangrante y delirando. A poco tiempo morirá atacado por la fiebre. Se dice que los pocos que se han salvado quedaron con la razón extraviada y sin alma, pues la X’tabai se las robó.

Vinculados como están a la vida diaria del indio, los animales también son materia de numerosas creencias y supersticiones. Por una parte, existen los espíritus o “dioses” protectores de cada especie; por otra, las consejas que se cuentan acerca de los animales y sus cualidades, buenas o malas, y también la suposición de que los hechiceros toman la forma de algún animal, por alguna oculta y maligna razón, cuando así les conviene.

El venado, como animal importante que es, tiene a su “rey” o espíritu protector y, además, existe toda una serie de circunstancias que el cazador tiene que tener presentes, si quiere ser afortunado en la caza de este preciado animal. Los venados están bajo la protección de San Jorge pero, además, lo cuidan unos venados sobrenaturales, de gran tamaño, que se llaman Zip. El “rey” de los zip se distingue porque lleva entre los cuernos un nido de avispas. El zip está hecho “solo de viento”, y se burla de los cazadores haciendo que persigan lo que parecen venados, pero que a la postre resultan iguanas. Solo se libra de este engaño el indio que posee un amuleto llamado yut, y que es una pequeña piedra que se encuentra, en algunas ocasiones, en el estómago de los venados.

Con el yut, el cazador será afortunado y certero más allá de lo normal, pero no debe abusar, pues entonces el Zip lo castigará con alguna enfermedad o accidente que le ocasionaría la muerte. Después de un año, el cazador debe devolver el yut a los venados, arrojando la piedrecilla a un cenote o a algún abrevadero. Si no lo hace así, la mala suerte lo perseguirá.

Las aves, también tienen sus espíritus particulares, como el Zohol Ch’ich, al que le dispara el cazador y luego sólo encuentra una pluma porque se trata del “pájaro de paja”; o bien, se cuenta de la X’Toh Chaltun, “señorita picapiedra”, un ave que toma la forma de una atractiva doncella que, a la salida de las poblaciones, llama la atención de algún mancebo golpeando una vasija de barro. Si el joven la sigue, atendiendo sus zalamerías, encuentra el mismo destino de los que persiguen a la X’tabai.

El ganado vacuno tiene un dueño que se llama X-Juan-Thul. Un maya del poblado de Chuncuché, Quintana Roo, describe así a este personaje –según Villa Rojas–, que es poco conocido y se nos imagina, de creación relativamente reciente.

X-Juan-Thul es como un toro grande, de color negro y de pelo abundoso. Es el “dueño de los toros y habita en los ranchos ganaderos. Se dice que es el X-Juan-Thul el que da permiso a los toreros para efectuar sus suertes. Un vecino de mi pueblo, llamado Juan Tamay, me contó que una vez que iba a su milpa vio a un X-Juan-Thul que salía de un mulsay (hormiguerro subterráneo de grandes proporciones). Desde entonces ha creído que el X-Juan-Thul es el diablo mismo, pues es sabido que este tiene allí su refugio, donde es alimentado por los hormigones que le sirven de criados.”

Y para terminar con el capítulo de los animales mitológicos, hay que mencionar al Boob, terrible engendro que tiene cuerpo de caballo, pero está cubierto de largo pelo y con cabeza de jaguar. Por demás está decir que es un ser muy malvado, del que hay que huir sin perder un instante.

El maya, como casi todos los pueblos del mundo, pocas cosas encuentra tan deleitosas como un buen cuento de horror, con su generosa dosis de aparecidos, duendes y monstruos. Es un pasatiempo que ya no hace temblar ni a los niños. Pero si pasas, lector, cerca de una enorme ceiba, y junto a su tronco una doncella de larga cabellera te llama con los ojos, ¡acuérdate!

Acuérdate y sigue tu camino…

Oswaldo Baqueiro López

Continuará la próxima semana…

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