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Criaturas de la madrugada (II)

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Perspectiva

En el comentario anterior platiqué sobre algunas criaturas con las que suelo encontrarme en horas de la madrugada, mientras mis pisadas caen sobre el pavimento en mis rutinas de carrera. Al revisar, me encontré con que me faltó una, tal vez la más incomprendida y lastimada de todas: las zarigüeyas, que en nuestro Yucatán conocemos como “zorros”. Quisiera decir que las veo escurrirse sigilosamente en la oscuridad, huyendo de los que más los dañan: los humanos.

Penosamente, he visto más cadáveres de zarigüeyas que especímenes vivos durante las noches. Si bien los perros son un depredador natural de ellas, el más funesto ha sido el humano, que las agrede y tortura salvajemente, cuando en realidad cumplen con muchas funciones en nuestro ecosistema local, siendo la más importante la erradicación del insecto que aquí se llama “pic”, causante del Mal de Chagas, horrible enfermedad que ataca a los humanos.

También ayudan a controlar otras plagas de insectos, además de serpientes. Les recomiendo vean unas fotos de ese mal; les aseguro que desde ese momento las apreciarán mucho, muchísimo más, y que la próxima vez que alguno de ustedes vea que alguien pretenda dañar a estos curiosos marsupiales saltarán en su defensa.

Mientras corro, observo mi entorno obligadamente: si bien el tránsito de vehículos y personas a esas horas es mínimo, eso no quiere decir que no exista.

La mayoría de las personas que andan por la calle son personas que se dirigen a sus centros de trabajo. En Mérida, el servicio de transporte público en algunas rutas inicia a las 4:30 a.m., y muchos inician sus jornadas a las 6 de la mañana, si no es que antes, por lo que deben abordar su transporte desde muy temprano. Se les reconoce por su indumentaria, porque la mayoría de ellos visten con su uniforme de trabajo, y porque llevan bolsas y mochilas.

Los más madrugadores que me encuentro son los que preparan alimentos para esos que se dirigen a su trabajo. Por ejemplo, en una de las rutas que tomo para correr (dependiendo del kilometraje del día, la ruta varía) desde esa hora hay gente que está exprimiendo naranjas, preparando jugo, mientras que algunos molinos inician sus labores y preparan tortillas. Algunos otros empujan sus carritos hacia aquellos lugares en los que saben que los transeúntes podrán adquirir un alimento que les proporcione sustento temporal, sin faltar en el paisaje las tiendas Oxxo, con sus desvelados encargados.

En la calle, además de los camiones que he mencionado, algunos vehículos transitan junto a mí, y no pocas bicicletas; su número aumenta conforme transcurre el tiempo hacia el amanecer. Por seguridad, cuando corremos por las calles siempre debemos correr contra el flujo vehicular, para ver de frente a los vehículos, y poder reaccionar como sea necesario.

Al rebasarme, algunos de ellos dejan detrás una mezcla interesante de aromas: el de la loción/perfume que se pusieron, junto al del cigarrillo que fuman y el vapor de gasolina que sale del escape de su vehículo. Correr con audífonos puede amortiguar mi sentido del oído, pero no mi sentido del olfato.

Hay unos más, aquellos cuya labor aplaudo y a quienes saludo afablemente siempre que los veo: los que mantienen limpias las calles, y aquellos que han hecho de la basura de unos su medio de ingreso y subsistencia. Algunos abren bolsas de basura y toman botellas vacías de plástico, aluminio y cualquier cosa que puedan vender o utilizar en sus hogares; otros cargan escobas y recogedores, levantando lo que otros humanos arrojan; y de estos últimos también hay varios: agazapados en las sombras, trasladan sus bolsas de basura a los camellones de las avenidas, para ahorrarse el pago de los servicios de recolección.

Sí: también hay otros corredores con los que ocasionalmente comparto las calles, cada uno corriendo (o caminando) la ruta que nos toca ese día y siempre, cuando nos vemos desde diferentes lados de la calle, nos saludamos y nos damos los buenos días. En cada uno de nosotros reconocemos a alguien que padece nuestra misma locura de levantarnos temprano para correr al abrazo de la madrugada.

Sobre esto último, permítanme recomendarles algo: siempre que caminen por la calle, saluden a quien pase junto a ustedes, especialmente a aquellos que ven regularmente en sus trayectos. Un saludo de buenos días, cargado de energía positiva, nos ayuda a muchos a sobrellevar la jornada, y lo agradecemos y correspondemos.

Me ha sucedido con muchos de estos mis “conocidos” de la madrugada, que inicialmente no correspondían a mi saludo de buenos días; pero, después de un tiempo, no solo me contestan, sino que sonríen y siguen su camino, diría yo, con un andar más ligero. El poder del reforzamiento positivo es insospechado, y vaya que puede cambiarnos el ánimo para bien.

Aún queda un poco más en el tintero sobre estas observaciones de madrugada de un novel corredor. De ello me encargaré en la próxima entrega.

S. Alvarado D.

sergio.alvarado.diaz@hotmail.com

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