Perspectiva
Además de la crisis provocada por la inmensa cantidad de sargazo que se ha depositado en sus costas, que no es asunto menor como ha indicado el presidente no solo porque aleja a los turistas –con las consecuentes disminuciones en ingresos y captación de recursos para el estado de Quintana Roo y para la Federación cuya economía se basa en ellos– sino porque también está afectando negativamente la vida marina de la zona, hay que agregar la galopante inseguridad que viven sus ciudadanos, que tampoco es asunto menor ni en franca disminución como también festina el presidente que, por cierto fue contundentemente corregido por una reportera que vive estos problemas todos los días, criticando su jovial tono y las cifras alegres que presentó AMLO sobre el grado de descomposición en el estado.
Del asunto del sargazo, penosamente y acumulándose al agravio y atraco que fue, se ha descubierto que los $800 millones asignados en el último año del sexenio de Peña Nieto para implementar acciones que previnieran sus estragos fueron mal utilizados y, para variar, lo más probable es que hayan ido a dar a las alforjas de varios más de los múltiples funcionarios ratas que poblaron esa administración, los mismos que el presidente actual ha “perdonado” por razones que no auguran nada limpio ni ético. Como consecuencias de la presencia de tanto sargazo, el representante de los hoteles en Quintana Roo reportó hace unos días en una entrevista radiofónica una disminución del 20% en la ocupación y reservaciones de los turistas, situación que han tratado de paliar reduciendo los precios de alojamiento, abaratando la oferta, tratando de convencer así a los turistas de que visiten las playas, además de incurrir en gastos de sus propios bolsillos para conservarlas limpias.
Por otro lado, y también con relación al sargazo, múltiples especialistas marinos han indicado que lo más grave del asunto es la afectación que provoca al ecosistema costero: la playa, los pastos marinos, el agua del mar y los arrecifes. Al descomponerse, el sargazo produce ácido sulfhídrico que afecta los pastos marinos que a su vez fijan la arena y evitan erosión, además de ser alimento de tortugas; el color marrón que adquiere el agua, asimismo, afecta la calidad de los corales que necesitan luz y agua clara. La solución, dicen, no es recogerlo cada vez que aparezca sino evitar que se genere, y para ello el ser humano debe dejar de verter al mar todas las porquerías que regularmente vierte: desechos industriales, aguas negras, etc.
Por si lo anterior no fuera preocupante, por los efectos en la economía y el modus vivendi de tantos habitantes de Quintana Roo, a ello se agrega el flagelo de la inseguridad, el mismo que la valiente reportera María Cristina de la Cruz hizo del conocimiento del presidente hace unos días. Al respecto, la reportera dejó en evidencia que el presidente o está siendo mal informado o simplemente no desea aceptar la dura realidad que enfrentan los quintanarroenses. Los que vivimos en Yucatán tenemos al menos a un conocido que vive, o vivió, en Cancún, Playa del Carmen, o una ciudad de la zona costera y experimentó en carne propia lo que aquí se indica: que los asesinatos, el cobro de derecho de piso, las pugnas por el control de la droga, y tantas otras manifestaciones de la ausencia de la aplicación de la ley en aquel estado tienen postrada a una población que se decepciona cada vez más de sus gobernantes, y clama todos los días que se dé una solución.
Hace unos días, un querido primo que imaginó que vivir su retiro en Cancún era una dulce recompensa después de muchas décadas de esforzados trabajos nos contó lo que le tocó vivir: tiroteos a plena luz del día en avenidas y zonas habitacionales de todos los niveles socioeconómicos, restos humanos embolsados, retenes por toda la ciudad. Después de consultarlo con su esposa, decidió que no era sano quedarse allí y nos visita temporalmente en Mérida, a ver si se adapta o si no terminará yéndose a la tierra que lo adoptó hace muchos ayeres: Guadalajara.
Mi primo es un tipo curtido, serio, trabajador, arrojado, y escucharlo contar lo anterior, y observar en sus ojos el temor que le causó lo que vivió en carne propia, terminaron de convencerme de que Quintana Roo y sus habitantes están muy solos, atrapados en el paraíso, rehenes de matones y rodeados de inseguridad, mientras sus autoridades se coluden o, como en el caso del desinformado representante del Poder Ejecutivo, no se enteran ni actúan, minimizando lo que pasa allá. Como él, estoy seguro de que muchos han pasado por una situación similar y, como nosotros, seguramente conocemos de alguien que ha pasado por las mismas penurias.
No solo estos problemas aquejan Quintana Roo, él mismo nos contó otras cosas que se han dado desde hace muchos años, entre ellas las extorsiones y engaños a los viajeros en el aeropuerto de Cancún. Al mismo tiempo, la droga que ha arribado a la plaza no es nueva, pues los turistas a los que les es ofrecida no son de hace unos meses: la droga ha estado en esas plazas desde que llegó el primero de ellos, pero de alguna manera estaba controlada. El caos se ha dado desde que las autoridades dejaron de hacer su trabajo, desde que decidieron dejar que su estado fuera dominado por los rufianes y narcotraficantes, en vez de confrontarlos, permitiendo que no solo las drogas se volvieran tema de todos los días sino también los chantajes, cobros de derecho de piso y otras linduras que son terribles en cualquier lugar.
Desde esta perspectiva, lo más doloroso es saber que los habitantes de Quintana Roo se encuentran tan aislados y lejanos de la ayuda que requieren, sobre todo cuando las grandes “soluciones” que les han ofrecido han sido tan solo palabras, muchas de ellas de gente muy desinformada y, peor, perversa. Es una verdadera pena que una costa tan privilegiada, con gente tan buena y atenta, esté pasando por estas situaciones, con autoridades de todos los niveles indolentes e impotentes.
S. Alvarado D.