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Partidas e Inicios

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Perspectiva

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Con el transcurrir del Tiempo, conforme esa terca evolución sigue su camino hacia nuestra próxima estación, las experiencias se van acumulando sobre mí, algunas nuevas, sorprendentemente melancólicas otras, unas más cargadas de preocupaciones.

El entusiasmo ante una nueva oportunidad, sobre todo cuando fue algo que se buscó con particular frenesí, tal vez nos impida medir el trasfondo que posee. Si bien algunos opinan que ninguna nueva oportunidad debe desperdiciarse –“Si el miedo te impide actuar, actúa con miedo, pero actúa…” es lo que dicen– es precisamente la experiencia de los años la que suspira en nuestros oídos y conciencias, y nos hace pensarlo más de una vez antes de actuar.

Como muchos, cuando me enfrento a situaciones nuevas observo mi entorno, a la gente, sus costumbres, sus actitudes, identifico qué los hace formar una comunidad, qué código de convivencia han establecido, cuánta seguridad existe al estar entre ellos, cuánta confianza me inspiran, cómo tratan a los demás, cuáles son aquellas conductas que ellos ven como valores, positivos y negativos. El análisis puede tomar bastante tiempo, o ser inmediato; lo que hace la diferencia en cuanto a la velocidad del procesamiento son nuestras propias vivencias y recuerdos. Todo, sin embargo, es comparado contra el perfil que nosotros llevamos en el interior, y, entonces, las comparaciones también son automáticas y hasta cierto punto califican nuestro deseo de formar parte de algo/alguien o no.

Todo ese rollazo anterior viene a colación cuando mi primogénito emprende la aventura de mudarse a otro estado, persiguiendo su deseo de superación profesional, y debo confrontar los sentimientos encontrados que me provoca la situación. Me llena de satisfacción que dé un paso más en la carretera del éxito que transita, que su paso sea firme y sus deseos de triunfo pongan aire bajo sus alas. Por el otro lado, mucho de lo que me inquieta proviene del entorno social y de inseguridad que vivimos todos los mexicanos en estos días.

Mi hijo se muda de la que ha sido definida como la ciudad más tranquila y segura de la República Mexicana para irse a un lugar en el cual la anarquía ha mostrado su horrible cara no una, sino muchas veces. Va en pos de su sueño de crecer, y está preparado para vivir esta aventura a solas. No tengo la menor duda de que todo aquello que dependa de su esfuerzo será exitoso, pues su historial lo respalda. Mis preocupaciones vienen de aquellas situaciones que salen de su control: ¿qué tan segura es la ciudad?, ¿qué cuidados deben tenerse al dirigirse a los lugares a los cuales se dirigirá regularmente?, ¿cómo será visto un joven jovial y ansioso de hacerse de amistades?, ¿qué tipo de vida nocturna podrá tener, él que es de salir?

Me pregunto si mis padres tuvieron los mismos temores cuando viajaba frecuentemente por trabajo, o al viajar para asistir a algún evento deportivo en el que participara, o en aquella primera ocasión en que me fui de excursión como lobato (nos fuimos a Dzityá, a un cenote, y yo tenía 9 años) sin que ninguno de ellos me acompañara. Todos los padres, concluyo, sentimos estas ansiedades ante lo que nuestros críos han de vivir por su cuenta, sin red de protección.

En mi familia, tanto mi madre como mi Chichí y mis tías paternas eran de despedirse de nosotros, mientras les dábamos un beso al partir y retirarnos de su vista, diciéndonos: “Que Dios te acompañe.” No puedo imaginarme mejor deseo de bienestar para cada uno de nosotros cuando salíamos del hogar, aunque fuera por unas cuantas horas, que ese de encomendarnos a Dios. Con esa sencilla frase nos hacían saber cuán importantes éramos, y en quién ellas confiaban para que regresáramos con bien. Mi Chichí, en particular, siempre que viajábamos nos hacía la señal de la cruz en la frente, dándonos su bendición.

Desde esta perspectiva, un nuevo panorama aguarda a mi primogénito. Va lleno de buenas intenciones, de ansias de triunfo, de expectativas. Un miembro de la familia se muda a un lugar ignoto para nosotros, y se va acompañado de nuestro amor, de ese que te arropa cuando más lo necesitas.

Suerte, mi amado hijo. Recibe mi bendición, y la de toda tu familia.

Y que Dios te acompañe…

S. Alvarado D.

sergio.alvarado.diaz@hotmail.com

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