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Hambre y Sed de Justicia

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Editorial

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En veces, las imágenes dicen más que nuestras simples palabras. Algo así ocurre al abordar editorialmente el tema de la Justicia, rememorando la imagen de la diosa Themis, dama togada que sostiene en las manos una balanza equilibrada, sin que alguno de los dos platillos se desmarque de un plano horizontal, con lo que parece ser el mensaje implícito de que la justicia debe mantenerse horizontal, equilibrada, sin inclinarse en un extremo y elevarse en el contrario, lo que equivaldría a enaltecer un grupo de valores y demeritar los otros. Declarativamente se escucha bien y en un comentario a la ligera hasta parecería acertado.

Pero la terca realidad se impone en cuanto a países, gobiernos y personas. Los primeros, por sus bloques constituidos de grandes industrias y empresarios; los segundos, por sus concepciones diversas sobre cómo debe cumplirse con el mandato “democrático” de las mayorías. Las dictaduras se cocinan, como vulgarmente se dice, aparte.

Son, pues, las grandes presiones de los poderosos las que imponen reglas y fijan normas, bien con restricciones, elevados aranceles, drásticas imposiciones, violencia, etc. No es este un planeta de maravillas. Las grandes mayorías nacionales en el mundo sufren y padecen hambre, enfermedades, escasez de servicios sociales, desempleo, condiciones de vida inadecuadas, etc.

Todo ello constituye un caldo de cultivo histórico, alimentado sin poder desaparecer por intentos generalmente fallidos, que crece exponencialmente y se convierte en fuerza decisoria sin que varíen las condiciones de vida y convivencia de los desprotegidos.

Y hablamos de ello porque este país ha sobrevivido a regímenes imperiales, militares, entreguistas, extranjeros. Ha habido tiempo más que suficiente para reflexionar y disponer cambios estructurales, pero usualmente retornamos a lo mismo en un acaecer que no tiene para cuando terminar.

Vivir y convivir con la injusticia social, económica, judicial ha sido una constante de tiempo completo en México, históricamente hablando. Así se denunció y con ellos se justificaron nuestros movimientos libertarios de Independencia, Reforma y Revolución. Así se explican los cacicazgos, las encomiendas, los acasillamientos, la esclavitud, la hacienda, el latifundismo, las explotaciones en el campo y las zonas urbanas.

Nuestra ya larga vida como país ha estado marcada con el signo de la injusticia y las desigualdades. Y en cada uno de los años y períodos existían autoridades judiciales, jueces, sistemas y leyes que hasta el día de hoy son letra muerta porque se carece de lo más elemental: voluntad para aplicarlas con rigor y constancia.

La palabra “mordida” como vocablo vivo en América se desglosa como “provecho o dinero obtenido de un particular por un funcionario o empleado con abuso de las atribuciones de su cargo”. O sea, que desde los gobiernos se operan los acuerdos ilegales. Del propio sistema oficial surgen los hechos indebidos de cohecho o compra de conciencias. ¿Y la justicia?

En este clima de contaminación social es que el sector judicial del Estado Mexicano se ve involucrado en lo que galantemente se califica como “tráfico de influencias”.

¿Y la ley? ¿Y la justicia social? La existencia de estas condiciones en todos los niveles de juzgados y juzgadores confiere dimensiones difíciles de imaginar por el ciudadano común.

La diosa Themis es hoy por hoy una hermosa imagen que, en bronce, puede ser muy decorativa para los cómodos escritorios de los juzgadores mexicanos y los altos funcionarios de nuestros gobiernos.

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