Juan José Caamal Canul
Estos son fragmentos de un espejo. Como lo es la intangible y sustancial cotidianeidad. El ahora, el instante ocurrido, el acto por acontecer. Nada de lo que nos regresa pertenece al estado en que fueron encontrados.
Son pedazos esparcidos en distintos momentos del día, o en el panorama, o en la narrativa mayor: la existencia. Cada objeto pertenece a un espacio y contexto, y por ahora los vemos fuera de él. Así fueron hallados. Un poco como si decoraran el interior de la ciudad, mostrando lo intrínseco de la personalidad de sus antecesores y previos poseedores.
Pudiera pensarse que fueron alrededor de un día, en el tramo de un calendario, en los latidos de varias vidas, en el pestañeo de un instante.
La sombra de un árbol reflejada en la tarde.
Hoy están de aquí y por ahí. Quizá aquellos debieran estar al interior de un pie. O sujetando como grilletes el convencionalismo y las buenas maneras. “Como te veo te trataré” habla el oráculo que solo responde al alma de los prejuicios.
Estos orígenes se cierran sobre un puñado de tierra. A esta sombra, un follaje. A este casco, encima un riesgo, debajo sueños e ilusiones. A este peine, un campo capilar para sembrar y cosechar presencia.
Hay imprescindibles diferencias entre un hallazgo y otro. Por ejemplo, este par de zapatos femeninos fueron como abandonados por el desamor, o por el amor que se paga o compra; aquellos otros parecen ser resultado de la violencia, dejados de prisa, arrancados por la fuerza; este otro, como en espera, quizá prometieron volver por ellos. Hay sombras o huellas en las cosas.
A este espejo de la mañana, su reflejo. A esta planta, un pie; a sus pies, descalza una planta. Planta sus pies descalza, descalza sin planta ni pies, descalza la planta unos pies. Al pie de la planta descalza sin pies. Sin pies descalza una planta…o quizá abarcas de la planta sin pies. Pies de plantas abarcas descalza, abarcas sin pie de planta descalza…
A estos desperdicios que han seleccionado complejos espacios para regarse, mejores conciencias. La costumbre.
A esta visión, unas monedas donde la ventana, del otro lado, duermen aún; clausurada, deja desfallecer un exhausto monedero madrugador.
Aquí la ausencia, la naturaleza muerta, la carcasa del equipo urbano, osamentas en la aridez del asfalto y cemento que ahogaron un atisbo, un guiño de vida, una zona industrial. Un parque. Un tocador. Un aparador. Pies.
La lámpara de noche en el cono de la luz ausente, y las palabras de un libro que ocupan la imaginación y el pensamiento en otra noche quizá ya inexistente.
A la noche, un frondoso árbol. Los besos que se esparcen como el otoño en sus hojas, o la ilusión en alas de mariposas.
Lo irreal vagando en formas onduladas en lo abstracto de un recubrimiento gris concreto.
Habrá otros recodos de otras calles o caminos.
Habrá otras calles número treinta y dos de otras colonias en otras ciudades.
Habrá otros días para otras personas.
La vida está al otro lado de quien ve la imagen.
Habrá miradas tiernas, alegres y tristes, y otras aun por esclarecer.
Habrá momentos en que la simpatía se abrace con fuerza y otras en que una flor, una palabra nacerá mustia.
Habrá miradas limpias e inocentes, y otras que no vienen al caso citar.
Habrá siempre otras miradas que mirar, y otras ventanas que ventilar. Quizá decir las mismas cosas en otro orden y con otras palabras para este mundo que parece lo mismo, pero nunca es igual.