Al momento de que nuestros amables lectores tengan a la vista estos textos, ya habrán transcurrido unos quince días del inicio formal autorizado por INE, o por IEPAC, o ambos, en su respectivo ámbito nacional o local, de las campañas políticas de partidos políticos, unos de reciente factura y otros conocidísimos fabricantes de generaciones políticas, o candidatos repetidores.
Encuestas obtenidas por encargo, planas enteras de propaganda, grandilocuencia en los textos, imágenes de candidatos en espacios abiertos, recorridos por algunas calles o visitas directas a correligionarios para obtención de fotos para publicitar cercanía con votantes o prevalencia en algunas zona o colonia, es lo que se ha podido percibir sin que pueda afirmarse válidamente que algo de ello ha convencido a un gran número de personas, obteniendo de ellos una certeza a toda prueba de que se inclinan por equis persona o candidato/a.
Muestran pobreza las campañas partidistas en sus conceptos. Apenas atisbos de sus probables líneas de trabajo de resultar vencedores en la contienda política, o una oferta mayúscula de acciones que de antemano sabemos que sería muy difícil cumplir.
Principios de golpes bajos y guerra de esa llamada “sucia” – aunque no existe ninguna guerra que pueda calificarse de limpia –, dimes y diretes, declarado amor por el pueblo y nuestra gente, es lo que candidatos y partidos van ofreciendo en un espectáculo cotidiano que no atrae a nadie con firmeza. Los candidatos ofrecen y los ciudadanos también. Ambos en ese juego histórico de decir lo que el otro desea escuchar.
Los problemas de Yucatán y de México son graves, mayúsculos, de fondo. Existe una inconformidad social latente, un rechazo a situaciones de violencia a las que ni nosotros escapamos con nuestro perímetro de seguridad estatal, que registra violencia interior, alto número de accidentes en vías públicas, una justicia en pañales, carencias acumuladas, desempleo, pobreza creciente, enfermedades, hambre, transporte deficiente, etc.
El electorado se muestra cauteloso, espera, observa y valora si hay posibilidades de que la situación cambie. Solamente de ahí saldrán los votos convencidos, los buenos y efectivos, los del ciudadano que vota por convicción, no por conceptos vacios o políticos golondrinos.