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Mitsu e Hiraku (XXXIII)

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XXXIII

‘Los Shinobi, pese a tener sus propias creencias religiosas, siempre estaban abiertos a la posibilidad de creer en otros poderes provenientes de otras realidades, incluso aquellas que no comprendían del todo.’ – AYUMI KOIZUMI, Cronista

Hiso pocas veces tenía tiempo para pensar. El martirio al que estaba sometida desde hacía tiempo parecía no tener fin. La mayor parte del tiempo era usada como el juguete sexual de aquel ser maligno que la tenía esclavizada.

Constantemente recordaba cómo había llegado a ese lugar. En aquella haciendita de Yucatán, estaba a punto de acabar con la odiada Chieko, que meditaba escondida en aquella sascabera. Se vio a sí misma levantando su katana para decapitar a su enemiga cuando ante sus ojos se abrió un portal del que surgió una ninja que dijo llamarse Mitsu. Hiso trató de sorprenderla atacando primero, pero la habilidad de su rival era impresionante. Fue desarmada de manera relampagueante y seguramente hubiera sido abierta en canal si no se hubiera entreabierto otro portal a sus espaldas, lo suficiente para que aquel demonio la arrastrara a sus dominios. Se había salvado de morir, pero había sido trasladada al infierno.

Aquello no era justo: era una asesina, sí, había eliminado a muchas personas, se había divertido en el proceso, se convirtió en una sacerdotisa de su amo Kadashi y dejó fluir la parte más oscura de su personalidad. Pero el dolor que sufría día a día era, a su parecer, excesivo.

A veces esa bestia la lamía completamente, en otras metía su lengua a su boca y la chupaba hasta casi ahogarla… Sangraba de la vagina y el ano a causa de las constantes agresiones del insaciable demonio. La mayoría de las veces se desmayaba por el dolor mientras era poseída.

Para sobrevivir debía alimentarse de carne humana, de los restos esparcidos en aquella caverna habilitada como palacio del monstruo. El olor a podrido de los cuerpos en descomposición era intolerable. Heces fecales estaban esparcidas por todo el lugar. Dormía en el frío suelo, que siempre estaba húmedo a causa de la sangre coagulada. Además, había todo tipo de insectos infestando el área, siempre tratando de entrar en ella por cualquier orificio, lo que era posible evitar al estar desnuda todo el tiempo.

Aquel demonio se burlaba de ella diciéndole que la había atraído a este plano gracias a que Kadashi se la había ofrecido en ofrenda a cambio de un don. Le resultaba divertido que ella fungiera como su puta al haber sido traicionada precisamente por quien ella tanto amaba.

¿Cuánto tiempo había pasado desde que fue abandonada a su suerte por su amo y señor? No podía saberlo. La primera noche que llegó a aquel lugar de pesadilla no murió de un infarto simplemente porque entró en shock cuando fue salvajemente violada por aquel leviatán. Cuando despertó, no pudo evitar proferir alaridos de terror al descubrir cuál había sido su destino, aquella mazmorra horrorosa. Pronto se dio cuenta que sus gritos solamente excitaban más a su nuevo amo, que entonces volvía a poseerla una y otra vez, y otra vez. Ya no podía gritar: su garganta estaba desgarrada por la cantidad de felaciones a las que la había sometido a aquel monstruo.

Su cuerpo estaba lleno de heridas sangrantes, todas infectadas, algunas incluso apestaban a causa de la infección que se había gestado en ellas.

En aquel escenario de pesadilla, Hiso siguió padeciendo la misma rutina tormentosa hasta casi enloquecer. No había manera de que un ser humano soportara aquel inefable castigo. Tan solo esperaba que, al morir, no regresara al mismo sitio por toda la eternidad. Creía que con su sufrimiento se había ganado la redención.

Creyó que había muerto cuando un comando armado llegó en su busca: habían atravesado un portal místico. Fue cargada para salir de inmediato, antes de ser detectados por el demonio que cenaba una porción diaria de cuerpos humanos.

Del otro lado lo esperaba otro grupo de individuos. Un anciano que apestaba a formol estaba al frente. Los paramédicos que se acercaron a examinarla manifestaron su preocupación al doctor Mengele: eran escasas las probabilidades de que sobreviviera. Mengele se limitó a ordenarles que la mantuvieran estable mientras llegaban al bunker; él se encargaría de ella cuando llegaran.

Vagamente, Hiso escuchó al anciano confesar a sus subordinados lo entusiasmado que estaba por poder repetir la fórmula que ya le había dado resultado: Había encontrado la manera de mantener vivas las partes medulares de un ser humano, transformarlo en una máquina de matar perfecta, un plan que originalmente había ofrecido al Führer en 1939 para crear un ejército invencible que conquistaría el mundo. Infortunadamente para los nazis, la guerra fue perdida por Alemania y él debió suspender sus experimentos con los prisioneros judíos ante el avance de los aliados. Huyó a Sudamérica para refugiarse en Argentina, donde pudo continuar con sus experimentos, logrando avances mientras utilizaba a personas invisibles de la sociedad: pordioseros, drogadictos, mujerzuelas decadentes, todas aquellas que nadie echaría de menos. Apenas logró escapar de un comando israelita enviado a eliminarlo en 1977, siendo rescatado por la Compañía, pudiendo desde entonces continuar con sus estudios y análisis.

Hiso escuchó todo aquello, aturdida por el ruido del helicóptero que la transportaba a Guatemala. Estaba a punto de perder la conciencia cuando Mengele habló del japonés que era ahora su mascota exitosa, su máquina de matar. Mencionó el nombre de su amado Kadashi y comprendió que estaba vivo, transformado en otro ser. A ella no le importaba, soportaría cualquier cosa con tan de estar una vez al servicio de su amo. Se desvaneció.

RICARDO PAT

riczeppelin@gmail.com

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