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Adán Echeverría
Este lunes pasado tuvimos la oportunidad de revisar, en el taller de apreciación literaria, el cuento Un día perfecto para el pez plátano, de J.D. Salinger, para que los alumnos tuvieran la oportunidad de percatarse de dos puntos principales: 1. Los diálogos, en una obra literaria, tienen la funcionalidad de hacer avanzar un texto y, 2. Cómo los personajes que dialogan pueden describir a un tercer personaje, que llega a ser el personaje central del texto.
Este ejercicio tampoco es tan novedoso, pero nos lo clarifica en este texto el escritor norteamericano, y es muy útil como lectura de taller literario. Ya desde la novela El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde Robert Louis Stevenson nos había acercado ese ejemplo de la descripción de un tercero mediante el diálogo entre dos personajes.
Para hablar de la obra de J.D Salinger fue bueno recordar el reconocimiento que tiene el escritor por su magistral obra El guardián entre el centeno, una obra que en los Estados Unidos se ha vuelto obligatoria para los estudiantes de pregrado o High School, que para nosotros sería el bachillerato. Salinger es un escritor que no tuvo que publicar una gran diversidad de obras literarias para pasar a la historia de la Literatura y ser incluido en el Canon Occidental que propone Harold Bloom. Son dos sus obras con las que el mundo lo conoce: el ya citado Guardián entre el centeno, y su colección “Nueve cuentos, de donde se desprende Un día perfecto para el pez plátano. Después de escribir estas obras, Salinger se convirtió en un eremita y se apartó del mundo literario, recluyéndose en una granja, donde continuó leyendo y escribiendo historias que no volvió a publicar.
Este tipo de escritores son los que el personaje de Enrique Vila-Matas decide rastrear en la novela Bartleby y compañía, donde define: Los Bartlebys son esos seres en los que habita una profunda negación del mundo, esos escritores que pueden ser agrupados dentro de la Literatura del No, y que son reconocidos como los escritores del No. Es gracioso reconocer el nombre de Bartleby, tomado del magistral cuento Bartleby el escribiente, de Herman Melville, el autor de Moby Dick, otra de las obras de la narrativa norteamericana que cambiaron el mundo de la literatura, dando inicio a la novela moderna.
Necesitamos hablar de la Literatura del No para reconocer el objetivo que persigue todo escritor a la hora de dedicarse a la literatura, un objetivo que siempre tendrá que ser personal y no grupal. ¿Qué persigue todo escritor?: ¿Acaso el éxito de venta de sus libros? ¿Tal vez la gloria literaria, el premio Nobel, o cualquier otro premio que le brinde reflectores, aplausos, publicaciones en la prensa? Cada quien lo sabrá, y en su intimidad sostendrá esa plática consigo mismo. Lo cierto es que todos los autores escribimos con una finalidad principal, que es el objetivo del lenguaje todo: Comunicar, decir a los otros lo que pensamos, lo que sentimos, lo que queremos, lo que odiamos, lo que queremos cambiar, lo que podemos retratar.
Lastimosamente, en México la educación literaria en muchas ocasiones hace creer a los jóvenes escritores en la necesidad de perseguir los presupuestos, como si la Literatura consistiera exclusivamente en la búsqueda de becas y premios para poder sentirse parte del gremio de los “poetas premiados”.
La Literatura es mucho más que eso.
La Literatura Mexicana nos ha brindado excelentes ejemplos de los escritores del No, como Juan Rulfo y Alí Chumacero, uno en narrativa y el otro en poesía que, sin tantas obras, tienen un lugar y reconocimiento en el Canon de la Literatura Mexicana. Latinoamérica nos entrega a Juan Emar y a Ernesto Sábato, quienes igual tienen una gran presencia en la tradición literaria mundial con dos o tres obras, cuando mucho.