MAYRA GONZÁLEZ SOLÍS
Hubo una época en que la tibieza de tu voz era suficiente para agitar mis anhelos, y en la que tu aroma a tierra fértil, cual llave precisa, penetraba mis glándulas olfativas para abrir de par en par las compuertas ocultas de mi presa interior.
He perdido la cuenta de las veces que navegaste en los torrentes de mis deseos y de las múltiples ocasiones en que mis labios intrépidos transitaron, sin rutas fijas, sobre tus paisajes epidérmicos, intentado descubrir nuevos lugares de recreo.
Tal vez por eso te bebí con prisa y desasosiego, pues nunca encontré en mis exploraciones guarida segura y virginal para mis sueños.
Ahora lo comprendo: jamás debí pedirte que me habitaras por siempre.
¿Qué hago entonces con mi éxtasis inerme?
Se ha congelado la humedad de mis ansias y crujen mis fantasías escarchadas por el hielo.
De verdad que hace frío en nuestro pabellón.
Aun así, la pasión caprichosa no se rinde…
¡Cuánto extraño fundir nuestras esencias y estallar al unísono, cual pólvora en el cielo, hasta quedar de nuevo anestesiados de deseo!