Perspectiva
Diciembre siempre viene acompañado de emociones. Algunas –la mayoría en mi caso– felicísimas, otras no tanto, pero el hecho es que siempre hay un sinnúmero de emociones flotando en el ambiente, y todos participamos de ellas y, a su vez, alimentamos esa invisible nube que nos rodea. Acaso nuestros deudos también colaboren, pues algunos no dudo que se resistan a abandonarnos después de haber pasado Hanal Pixán junto a nosotros durante todo el mes de noviembre.
El Adviento que acompaña al arranque de este último mes del año nos prepara para el nacimiento de quien yo llamo el Hombre Más Grande de la Historia.
El ritmo de vida invariablemente transmuta, y la urgencia del cumplimiento de las labores ahora se vuelve carrera contra el tiempo para tener todo listo para aquella reunión a la que hemos prometido asistir, o para adquirir algún regalo para nuestros seres queridos, o para tener listo todo cuando nos reunamos en familia.
En esta ocasión, les invito a ir un poco más allá de lo anterior.
Les invito a abrir un poco su corazón y su conciencia social, así como compartir un poco de la derrama económica decembrina que recibirán o de lo que ahorraron para adquirir bienes y, en cambio, lo usen para ayudar a aquellos que menos tienen, en especial a aquellos que son incapaces de valerse por sí mismos y, en particular, a los ancianos y a los niños.
Existe una infinidad de historias de seres humanos de todas las edades que penosamente no gozan de los mismos beneficios que nosotros tal vez poseemos, y que bien merecen y agradecerían un poco de nuestra atención.
Entre ellos están los ancianos que no cuentan con familia que los acompañe, que conviven en un refugio o asilo; aquellos ancianos cuyos recuerdos y deseos viven en su mente y no pueden comunicarlos; veteranos de la vida que muchas veces tan solo ven pasar el tiempo, olvidados y solos. Ellos necesitan un poco de nosotros, un poco de nuestra caridad, tal vez una comida caliente, o una sábana o colcha, o un abrigo que los proteja de la inclemente humedad de nuestro medio; algunos requieren pañales o medicinas, tal vez algo tan simple como calcetines o pantalones.
Luego tenemos a los niños que no cuentan con alguno de sus padres y viven con familiares o con perfectos desconocidos; aquellos que tienen que trabajar para subsistir, fuera porque los obligan o porque no tienen alternativa; a aquellos cuyos padres simplemente los abandonaron a su suerte y que viven en casas-hogar con otros niños con similar historia; y qué tal aquellos que se emocionan con cosas que a veces nosotros menospreciamos: un amanecer, la lluvia, una mariposa, un aparador, las luces. Muchos de ellos, me consta, sueñan con algo tan simple como una muñeca o un balón de fútbol, y también los hay que sueñan con tener la pancita llena de comida caliente y sabrosa.
En esta época decembrina, no los olvidemos.
En las páginas del Diario del Sureste año con año hemos seguido de cerca los esfuerzos de la familia Pat Pech y su ya extensa familia no consanguínea para llevar alimentos y juguetes a familias en San Antonio Xluch. Este año no será la excepción. Así pues, aquellos que deseen colaborar con este esfuerzo proporcionando ropa, juguetes, despensas, calzado, o apoyar económicamente la adquisición de lo anterior para que luego este grupo de valientes, cual la multiplicación de los panes y de los pescados, encuentre cómo aumentarlos para beneficiar al mayor número posible, háganlo con generosidad. Lo que más golpea, me han dicho, es cuando han agotado todo lo que llevan y justo entonces llega un niño en busca de su regalo. Para evitar esto, les invitamos a ser generosos.
También podrán encontrar en Facebook páginas de albergues de ancianos y de niños con las sencillas peticiones de sus habitantes: desde ropa hasta juguetes, pasando por medicinas, alimentos y cosas que son vitales para ellos. Por otro lado, todos nosotros tenemos en mente a alguien a quien podemos ayudar en su necesidad, alguien con quien podemos compartir un poco de lo que tenemos y somos.
¿Les digo un secreto? Nada se parece a la sensación de bienestar que nos queda después de compartir un pequeño detalle, sin esperar nada a cambio. La sensación es mucho mayor conforme mayor sea la necesidad de aquella persona a quien ayudamos.
Desde esta perspectiva, diciembre está aquí y nos brinda la oportunidad de abrir nuestros corazones y mostrar de qué madera estamos hechos. Ayudemos a todos los que podamos. Dejemos que el espíritu mayor que se acerca a nosotros para revivir en esta Navidad nos haga sentir ese bienestar inherente a los mejores actos que un ser humano puede ejecutar: ayudar a su prójimo.
S. Alvarado D.