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Los Animales son mis Semejantes

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“La compasión sigue siendo la misma emoción, tanto si uno la siente por las personas o por una mosca”.

Leon Tolstoi

Los derechos animales son realmente derechos humanos, destinados a que los humanos sean capaces de hablar con otras personas sobre su conducta hacia los animales. Algunos “dueños de animales “ (un término que por sí mismo implica poca igualdad entre el hombre y el animal) tratan a los animales como sus iguales. Emocionalmente, sus mascotas tienen el mismo valor que ellos. No hay nada malo con eso, con tal que esas personas le den a los animales la oportunidad de manifestar su comportamiento natural.

La compasión es la capacidad de ponernos imaginativamente en el lugar de otro que padece y de compadecernos de su sufrimiento. La necesidad de extender la compasión va más allá de los confines de la especie humana. La pregunta que deberíamos plantearnos no sería “¿Pueden razonar?” o “¿Pueden hablar?”, sino “¿Pueden sufrir?”.

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«No podría haber dormido hoy si hubiese dejado perecer allí en el suelo a aquella pequeña e indefensa criatura»

Abraham Lincoln

(Respuesta a los amigos de Lincoln quienes se molestaron porque les retrasaba que Lincoln se ocupara de devolver un ave a su nido).

Los franceses ya han descubierto que la negrura de la piel no es razón para abandonar a un ser humano al capricho de su torturador. Quizás llegue el día en que se reconozca que el número de patas, la pilosidad de la piel o la terminación del hueso sacro son razones igualmente insuficientes para abandonar a un ser sensitivo al mismo destino.

Si un ser sufre, no puede existir justificación moral para rehusar tomar ese sufrimiento en consideración. No importa la naturaleza del ser, el principio de igualdad requiere que su sufrimiento se considere igual al sufrimiento semejante de cualquier otro ser. Es probable que llegue el día en que el resto de la creación animal pueda adquirir aquellos derechos que jamás se le podrían haber negado si no fuera por obra de la tiranía.

«La cuestión no es si pueden o no hablar. La pregunta que debemos hacernos es si pueden o no sufrir»

Jeremy Bentham

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Charles Darwin afirmó que la compasión es una de nuestras virtudes más nobles, y su extensión a los animales un claro síntoma del progreso moral de la humanidad. Los hombres más primitivos solo se compadecían de sus amigos y parientes, pero con el tiempo ese sentimiento se ha ido extendiendo a otros grupos, naciones y razas.

Darwin pensaba que llegaría un tiempo en el que el círculo de la compasión se extendería hasta llegar a abarcar a todas las criaturas capaces de sufrir.

 Uno de los principales obstáculos a la extensión del círculo de compasión de Darwin es el especismo –la discriminación basada en la pertenencia a una determinada especie o grupo de especies–. Los prejuicios especistas están detrás de la opinión de que solo es posible hablar de consideración moral o de derechos en el ámbito de las relaciones humanas. Los animales no humanos quedarían fuera del círculo de compasión únicamente por el hecho de pertenecer a especies distintas de la nuestra.

Pero el especismo, igual que otros grupismos como el racismo, el sexismo o el fanatismo religioso, es incompatible con la ética: si una norma es aceptable en ciertos casos, necesariamente tendrá que serlo también en otros casos similares. Si consideramos que la esclavitud, el maltrato y la tortura de seres humanos son inaceptables, igualmente deberían serlo en el caso de los animales no humanos. Los argumentos especistas afloran, por ejemplo, en el debate sobre la capacidad de los animales para sentir dolor.

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Pocos se atreverían a dudar de que los animales sean capaces de responder a estímulos nocivos (¡hasta las bacterias lo hacen!).  Pero la respuesta a estímulos nocivos –la nocicepción– es una capacidad sensorial básica distinta de la desagradable experiencia subjetiva que llamamos dolor. Algunos se apoyan en esa distinción para proponer que la capacidad de sentir dolor tendría una distribución filogenética mucho más restringida que la nocicepción. Incluso “la capacidad de sentir dolor es mayor en los vertebrados superiores (aves y mamíferos).” Pero la evidencia disponible no apoya una distinción entre las aves y los mamíferos y el resto de los animales. De hecho, parece probable que la mayoría de los animales, incluyendo los invertebrados, sientan dolor.

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La afirmación de que determinados animales, como los toros que masacramos en corridas y salvajadas pueblerinas, o las langostas que arrojamos vivas al agua hirviendo, no son capaces de sentir dolor debería despertar nuestras sospechas, ya que aferrarse a ella tiene claros beneficios, incluso si no es cierta. Como dijo el psicólogo Stephen Lea (1999): “Durante mucho tiempo, los humanos hemos explotado a los animales: los criamos, nos los comemos, extraemos su leche, les quitamos la piel, los esquilamos, nos montamos sobre ellos, robamos sus huevos, les disparamos por deporte, los abrimos para ver cómo funcionan, les transmitimos enfermedades, los mantenemos en cautividad como objetos de curiosidad o ridículo, y les hacemos trabajar para nosotros. Podemos sentirnos algo menos culpables si creemos que son mentalmente inferiores a nosotros, quizás hasta el punto de ser incapaces de sentir dolor, vergüenza, humillación o auto-consciencia.”

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 Es cierto que en muchos casos el rechazo al dolor y al sufrimiento animal se justifica en la ignorancia, en la carencia de información relevante, pero es preferible pecar por exceso y conceder el beneficio de la duda a todos aquellos animales cuyas respuestas fisiológicas y de comportamiento ante un estímulo nocivo permitan sospechar que perciben dichos estímulos como dolorosos (aunque nunca lleguemos a saber si sus respuestas revelan dolor o simplemente nocicepción, o si su dolor es similar o distinto al nuestro).

La consideración moral que demos a los animales depende de nuestra empatía y compasión; y estas, a su vez, dependen en gran medida del conocimiento que tengamos de los animales, especialmente en su entorno natural. Pudiera considerarse difícil empatizar con un pez, pero un investigador que lleve toda su vida entregado al estudio de su comportamiento es posible que encuentre más fácil empatizar con un pez que con un chimpancé.

Resulta desolador constatar que nuestro país está muy por detrás de otros de su entorno en cuanto al respeto y el cuidado de los animales. Falta de conocimiento, sin duda. Por eso me sumo al llamado: “Fomentemos el conocimiento, la sensibilidad y la compasión. Compadezcámonos de todos los que sufren, sin prejuicios, grupismos o fronteras. Trabajemos por el triunfo de la compasión.”

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Ataquemos este gran problema desde la raíz: empecemos por educar a las nuevas generaciones sobre el valor de todo ser vivo, de la compasión y, sobre todo, en la empatía. Así el futuro estará libre de violencia a todo habitante de este planeta.

«La conmiseración con los animales está íntimamente ligada con la bondad de carácter, de tal suerte que se puede afirmar seguro que quien es cruel con los animales no puede ser buena persona. La compasión por todos los seres vivos es la prueba más firme y segura de una conducta moral correcta».

Arthur Schopenhauer

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Dra. Carmen Báez

Drabaez1@hotmail.es

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