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Juan José Caamal Canul
Cada vez que Diario del Sureste es el objetivo de nuestras ideas, del campo semántico y del concepto que abordan esas tres palabras –Diario de Sureste– nos referimos a varios aspectos: a los tiempos históricos remotos, y hasta antes del año dos mil dos. Historia reciente y moderna, podríamos decir.
Hay tantos temas implícitos:
El edificio de evocación colonial, cuna del prócer independentista Velázquez.
Su significación y contexto en los años treinta y décadas posteriores.
Sus páginas como territorio para el combate ideológico en contra de los detentadores del gran capital.
Su asociación con la lucha política e ideológica de aquel entonces.
Y algunos otros:
Diario del Sureste como bandera para dar voz a los desposeídos y para dar cabal seguimiento a la paulatina justicia social hacia los sectores que lo demandaban.
Diario del Sureste como divulgador del hecho social y cultural incontrovertible: la Revolución Mexicana.
La nómina de creadores literarios que aportaron mucho de lo mejor de su obra en las páginas.
Los fotógrafos y sus imágenes, cuya labor hoy conforma la fototeca.
Su fondo hemerográfico y la arquitectura del frontis, ejemplo y característica de un estilo, una época y una ideología.
El rico anecdotario aún, tanto de su personal administrativo como de la plantilla laboral, supongo sin que alguien se haya ocupado de escribirlo.
Los obreros gráficos que ahí trabajaron, de los cuales quizá quedan muy pocas personas vivas a las que pudiéramos recurrir para emprender un libro semejante.
Los Talleres Gráficos del Sudeste, empresa que editó por setenta años al medio informativo y cuyo personal directivo, administradores, obreros y reporteros, siempre manifestó su sentido de pertenencia, siendo uno mismo, un todo.
Hay tantos temas, tantas derivaciones y aspectos que se pueden adoptar, comentar y analizar.
Decimos que nos ocupamos de tales temas, pero en este aniversario debemos decir que, además de que Diario del Sureste en su edición impresa cerró sus puertas como alternativa en el ámbito, enfoque y ángulo de la información, conjuntamente también se perdió un espacio para aglutinar y expresar la diversidad de opiniones, de otros modos de pensar que sin duda enriquecieron, y aún lo estarían haciendo, nuestro medio y nuestra cultura en el extremo norte de la península.
En continuidad, Diario del Sureste, ahora en su edición digital, aglutina a diversas plumas que abordan diversos temas y multiplica sus lectores en una amplitud mayor, dadas las potencialidades de la propia Red.
Decíamos que, además de perderse un edificio, una institución informativa, una escuela de reporteros –y de todo profesional de la comunicación–, con las consabidas fuentes de empleo y sustento familiar de obreros y administrativos, también se perdió un museo.
Decir museo casi suena, si no sabemos asumir, activar, emprender, entender, la idea y el espacio, a mausoleo porque también se corre el riego de que en un museo se exhiban objetos sin significado, hieráticas y momificadas. Sin embargo, una hoja de papel, escrita o impresa, puede tener connotaciones y manifestaciones que se puedan analizar en el contexto que fueron escritas y en las consecuencias que han provocado, buenas o malas, en el devenir de la política y los hechos en un área determinada.
Sabemos que son palabras disímiles: mausoleo es un monumento funerario donde se guardan sedimentos óseos, y museo viene de casa de las musas, ahí donde residen los espíritus de las artes, esas que te abordan –ahora sabemos– y que son más efectivas mientras trabajas en la escritura, pintura, escultura, es decir, creando y diseñando imágenes o palabras, que a su vez se traducen o explican en palabras o imágenes.
Diario del Sureste albergó entre sus decimonónicos muros y paredes, que semejaban fortalezas, maquinaria de otros años. Artilugios que fueron lo más avanzado y último de la técnica y mecánica en su tiempo para las artes gráficas. Imponente maquinaria que en aquellos patios y habitaciones espaciosas, con fosos incluidos, semejaban, perdonen el equívoco, utensilios renacentistas provenientes de la Inquisición. –La fulgurante luz de un nuevo amanecer luchando contra las sombras de una etapa histórica–.
Hoy en día ¿quién nos podría decir el nombre de cada una y todas aquellas máquinas útiles que en aquellos años ochenta y noventa no funcionaban al ciento por ciento, pero que sin embargo contaban con personas que conocían su operación y cómo hacerlas funcionar? Nombres de equipos que parecían provenir de familiares de autores de novelas policiacas, por ejemplo, Chandler, la rotativa Ghoss, los linotipos con su depósito-horno eléctrico para hacer maleable el plomo para la formación de las galeras de los linotipos. Maquinaria que cuando se movilizaba producía un estruendo que parecía provenir de las profundidades de la tierra o cuando el cielo anuncia tormenta. Aquella maquinaria imprimía carteles y trabajos de gran formato; otras se empleaban para producir tarjetas de presentación –hoy casi en desuso– y facturas.
Aquellos operarios se exponían a la larga a desarrollar una enfermedad que se conocía coloquialmente como saturnismo (hoy conocida como plumbosis o plombemia), los tipos móviles, los cajistas -con su instrumental propio- que manipulaban y propiamente armaban los tipos móviles.
Los encuadernadores trabajaban entre prensas metálicas o de madera, con sus herramientas elementales para intercalar copias de colores de recibos o facturas y engomar los blocks, costurar libros o hacer desprendibles los talones de recibo.
Hoy en día sabemos que se busca colorido, durabilidad ante los estragos del tiempo, queremos una impresión en grandes dimensiones. Ese gusto y satisfacción nos lo proporciona la impresión de mantas sintéticas por inyección de tinta y diseño en computadora.
Pareciera que algo se ha mal comprendido en los tiempos actuales: que lo anticuado y aquello que se señala como anacrónico o obsoleto no tiene cabida en la modernidad, en el día de hoy. Pero observamos que en hay espacios donde coexisten modos y maquinaria añeja que se complementa y convive con lo último de la tecnología, generando contrastes; por citar algunos ejemplos: los ferrocarriles, la fotografía, la lectura en libros impresos o dispositivos electrónicos, los discos de vinilo y la Nube.
En nuestro medio, en nuestro país, como que se dio una divergencia entre la tecnología digital y lo que se denomina como analógico.
Mientras surgen dispositivos complejos en su diseño, pero sencillos de utilizar, se retoman maquinarias o equipos mecánicos sencillos, pero que parecen de operación compleja; quizá fue el trote veloz de la tecnología. Recuerdo una anécdota ilustrativa: una impresora, la Ryobi para formas continuas –que tuvieron cierta aceptación y demanda a mediados de los años 90– en menos de tres años se volvió un equipo mitad mecánico y mitad tecnológico, totalmente en desuso, al igual que el tipo de papel –usaba hojas de carbón integradas– así como la impresora y el hardware para la PC y formatos para el registro de las operaciones comerciales y de servicio.
La ciudad en la actualidad tiene centros educativos en los cuales se ensaya, se estudia, analiza y principalmente se crea, como la ESAY, la Facultad de Arquitectura de la UADY, o la Universidad Modelo, en las cuales las Artes Visuales, el Arte y Diseño Gráfico ocupan una parte integral del desarrollo interdisciplinario. Prueba de ello es la práctica y laboratorio de experimentación de los impresos, de los cuales se han derivados talleres y despachos que han retomado la gráfica y la estampa como ejercicio y modo de expresión.
Pensemos entonces, o soñemos, que los espacios de Diario del Sureste o los Talleres Gráficos del Sudeste hubieran conservado su maquinaria. Pensemos que en aquel tiempo no fuera imposible que aquel medio informativo por oposición histórica e ideológica hubiera podido cohabitar con las administraciones estatales del momento y subsiguientes. Imaginemos al Diario del Sureste, entonces, funcionando como museo-escuela- taller de las Artes Gráficas, quizá único como ejemplo en el país.
Qué mejor materia de aprendizaje que aquella maquinaria de Diario del Sureste funcionando y laborando, los espacios para que generaciones apreciaran el desarrollo de las Artes Gráficas en nuestra ciudad y entidad.
Algo pasó.
No sabemos si fueron las coyunturas históricas.
No sabemos si las personas que estuvieron al frente supieron o no dar los pasos adecuados. Las necesidades y decisiones del momento son distintos al análisis y juicio histórico que prevalecerá en el devenir. Se juzgue de una manera u otra, siempre nos quedará esa duda.
Quede el presente texto como un homenaje imaginativo a aquél Diario del Sureste.
Y celebremos con nuestros lectores que el relevo digital crece, desarrolla y añade cada día nuevos adeptos que se asoman por esta mirilla para contemplar el Mayab eterno.
5 de noviembre de 2018.

