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Caminando por las Calles
VII
UN PASEO POR EL PRADO HABANERO
Parte 2
ALFONSO HIRAM GARCÍA ACOSTA
En la entrega anterior de esta crónica, pasamos por el Hotel Inglaterra, el Gran Teatro de la Habana y ahora continuaremos caminando para llegar a la planicie del inconfundible Capitolio Nacional de Cuba, construido en 1929 y sometido desde hace tiempo a un arduo proceso de restauración. La belleza exterior de esta construcción resulta impresionante, así como la perfecta distribución de sus jardines perimetrales.
Resulta notable el exiguo paseo moderno que divide este fragmento de la arteria, sembrado de palmas reales que tímidamente muestran sus hojas. Justo enfrente, resaltan Los Paraítos de Prado, un pequeño mercado donde pueden adquirirse refrescantes bebidas para soportar el calor. A pocos pasos, la tríada de restaurantes privados Los Nardos, El Trofeo y El Asturianito; luego la Sala Kid Chocolate, un coliseo deportivo que honra al más famoso pugilista cubano de todos los tiempos y el Cine Teatro Payret, local de estrenos dramáticos y audiovisuales en plena renovación.
Al cruzar a la siguiente cuadra, entramos en la sección correspondiente al Parque Central, que se extiende desde la calle San José hasta Neptuno. De un lado, la más que centenaria plaza homónima con la estatua del Héroe Nacional cubano José Martí, rodeada de palmeras y debates deportivos populares; del otro, el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso y la histórica Acera del Louvre, que acoge al legendario Hotel Inglaterra, la Pastelería Francesa y el Hotel Telégrafo, donde Carlos Rosel, Adrián, Pepe Chucho y el que escribe tomamos un café expreso con ron, para mitigar el calor del mediodía. Muchas de las construcciones patrimoniales contenidas en este tramo han sido restauradas en los últimos años.
Es a partir de la calle Neptuno donde comienza nuestro andar por el fascinante paseo original, reconocido por todos como el auténtico Paseo del Prado. Descubrimos que justo en esa esquina descansa el busto de Manuel de la Cruz, destacada figura del periodismo cubano, a quien se le catalogara como el Mambí de las letras.
Muy cerca, se vislumbran el célebre restaurante A Prado y Neptuno, ubicación que inmortalizara Enrique Jorrín a ritmo de cha cha chá, y el confortable Hotel Iberostar y el Parque Central. A cada lado de la vía se extiende un conjunto de admirables edificaciones de distintos estilos arquitectónicos, como el Palacio de los Matrimonios, el Hotel Sevilla, la Escuela Nacional de Ballet, la Alianza Francesa de Cuba o el Teatro Fausto.
Sobresalen en este recorrido las sedes de las sociedades canarias, asturianas y árabe. En esta última, casi en todos mis viajes, como con el cantante de ópera en la tesitura de bajo Nelson Ayub, para saborear el carnero asado y en kebe; berenjena en Jine, labne con aceituna negra y pan árabe suave y con ajonjolí horneado. Estas sedes integran a los descendientes de estos pueblos, y los visitantes encuentran ofertas gastronómicas de comida cubana, española y árabe libanesa.
Transitamos por la alameda y la brisa con olor a salitre nos golpea suavemente en el rostro, acrecentándose gracias a los más de cien laureles sabiamente dispuestos en las jardineras del refinado piso de granito, decorado con formas que simulan figuras geométricas en tonalidades grises y rosadas, unidas por líneas doradas.
A la sombra de estos delicados árboles se extienden sendas hileras de asientos hechos de mármol, que parecen brotar de la piedra bruta e invitan a disfrutar del paisaje circundante. Hermosas macetas acopadas y elegantes luminarias de hierro y bronce, sirven de ornamento.
Es difícil no abstraerse ente tanto detalle de finura artística. La calidez de la gente es manifiesta y cualquier pregunta es respondida con conocimiento histórico del lugar y la sencillez del que sabe.
Cualquier horario es bueno, un despertar para caminar y correr, un mediodía con gastronomía excelente, tardes románticas y espectáculos gratuitos, y las noches de cultura y artes en sus salones ad hoc, donde los espectáculos pasan del bolero a la zarzuela y el bell canto.
Sin embargo, resulta imposible pasear por el Prado sin detenerse a observar los magníficos leones, cuyo rugido parece atascado en el tiempo. Se dice que las ocho estatuas fueron hechas gracias al bronce obtenido al fundir los cañones que habían protegido a La Habana de los ataques de piratas y corsarios.
Los Leones del Prado habanero se consideran genuinas obras de arte. Atraen por los sensibles detalles de la melena, las pezuñas, los colmillos y las expresiones de sus semblantes. Quizás por ello resulta común fotografiarse junto a ellos, símbolos imperecederos de una estancia inequívocamente habanera.
Continuamos caminando entre la gente hacia el punto que marca el inicio de la atractiva alameda y tímidamente el mar deja ver su color azul. No sorprende que ante nosotros se detenga un vendedor de maní, con raciones envueltas en papel llamadas “cucuruchos” –como los describe Moisés Simons en su canción; “Caserita no te acuestes a dormir / sin comerte un cucurucho de maní…”– mientras descubrimos que a nuestro alrededor se construyen nuevos hoteles.
Otra escultura de un cubano ilustre vigila permanentemente el océano desde el nacimiento del Prado; es el poeta bayamés Juan Clemente Zenea y al llegar hasta él podemos disfrutar a plenitud la vista al mar. Para anunciar el fin de nuestra excursión, se abren paso ante nosotros la Avenida Malecón y la explanada de la fortaleza de La Punta, mientras el Castillo del Morro y la Cabaña nos invitan a visitarlos desde el otro lado de la bahía.
Al dar las ocho de la noche, se escuchan los cañonazos de salva, como tradición histórica que mi madre me contaba cuando era niño.
A pesar de que La Habana exhibe bulevares de renombre y elevada aceptación popular, el paseo por antonomasia continúa siendo el Prado, cuya trascendencia se elevó sobremanera cuando en 2016 la casa francesa de modas Chanel lo convirtió en una pasarela al aire libre para presentar su colección Crucero.
Desde el malecón hasta la suntuosa Fuente de la India se extiende una de las vías más famosas de La Habana. Es el Paseo del Prado, calle arbolada con un corredor intermedio que por siglos ha sido testigo del palpitar citadino de los cubanos.
Ya en el Malecón, después de los cañonazos, partimos a cenar al Restaurante Monsegnieur, donde toca Nelson Camacho el piano de “Bola de Nieve”, sitio donde convivimos con él y cedió ese histórico piano a José Jesús Angulo, quien durante una hora nos hizo disfrutar su música, norteamericana, brasileña y mexicana. Nelson nos hizo grata la noche con todo el repertorio de Ernesto Lecuona, con el cual ha recorrido América; en México se presentó en la Sala de Conciertos de la UNAM.
Un día completo de enseñanzas, amistad, ilustración arquitectónica, con el cual sentimos la unión de dos entidades que se fusionaron musicalmente: México y Cuba, y Yucatán con Santiago, Sancti Spíritus y La Habana.
Fuente
Texto y fotos tomadas de https://onlinetours.es/blog/post/1087/un-paseo-por-el-prado-habanero
Archivo AHGA