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XIX
LA VOZ QUE ESCUCHAS
Mientras hablaba por teléfono, pudo sentir cómo el auricular le quemaba la oreja.
Cada palabra que escuchaba se convertía de inmediato en parte intrínseca de su ser, cumpliéndose así un ciclo perfecto que, al devolverla a su interlocutor, parecía la misma voz.
Así estuvo por horas, horas que, en su mundo elevado, se convirtieron en días.
Hasta que, inevitablemente, una mañana se descubrió inmóvil e incólume con ropas blanquísimas.
Jorge Pacheco Zavala