XIV
La Calma antes de la Tempestad
Después de la explicación de Yuri, el grupo acordó dirigirse de inmediato a la isla.
El día pronosticado en los códices se acercaba, y en la mente de todos resonaba como mantra la frase: “El tiempo del enlace sideral llegará inevitablemente. Honrados aquellos elegidos como cerrajeros. El Creador tenga piedad de quienes fallen en sus encomiendas.” A pesar de la aparente inocuidad de la frase, las conclusiones de la doctora Muraki, al indicar que cuando llegara ese día se daría un enfrentamiento del que muchos no sobrevivirían, evitaba que se consultaran entre sí sobre el significado: todos sabían que al menos uno de ellos debería abrir los cerrojos y permitir que las inteligencias superiores entraran al plano existencial humano.
Todos estaban dispuestos a dar su vida porque así fuera…
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Poco antes de arribar al destino, Muraki se comunicó con el grupo y les informó que la isla estaba fuertemente custodiada por cruceros estadounidenses. Adicionalmente, un portaaviones ruso también estaba en las inmediaciones, enviando regularmente patrullas aéreas hacia la isla. De no haber escuchado las explicaciones de Yuri, todos hubieran creído que era una maniobra naval de hostigamiento de unos a otros, de los americanos a los rusos; en realidad, ante su pesar, sabían que los militares estaban en contubernio, y que evitarían con todo el armamento posible que los portales se abrieran.
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La nave era invisible a los sistemas de monitoreo de los militares, por lo que superó con facilidad las defensas, depositándose en una cueva natural de la isla.
Ansiosos de estirar las piernas, los científicos obtuvieron permiso de salir a la nave momentáneamente. A la entrada de la nave, Muraki les repartió unas pulseras y los instruyó: “Estos son dispositivos de camuflaje. Presionen el botón superior y serán invisibles a los ojos de los demás. Presionen el botón inferior y la invisibilidad desaparecerá.”
“Ahora entiendo lo de Harry Potter y su manto de invisibilidad,” bromeó Yuri.
“O cómo se sentían protegidos Gollum, Bilbo y Frodo cada vez que se ponían el anillo de Sauron,” le sonrió Vera.
Chuck observó el intercambio entre Yuri y su sobrina. Esbozando una sonrisa triste, elevó una plegaria, deseando que ambos pudieran tener la oportunidad de conocerse más.
Schenker, Fontanot y Chuck, aún intrigados, pronto regresaron a la nave con la intención de aprender más de Muraki y su raza. También deseaban recrear diferentes escenarios, contemplar diferentes maneras en que pudieran estar presentes cuando la conexión sideral se abriera, y les era importante saber con qué sistemas de protección contaba la nave, para saber cómo usarlos cuando llegara el momento.
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Carlos se deslizaba por las aguas con facilidad. Se alimentaba con peces que caían en sus fauces, mientras mecánicamente movía sus extremidades. El rumbo estaba implantado en su cerebro, y solo se detenía a descansar momentáneamente durante la noche, flotando sobre la superficie del océano.
Mientras descansaba, observaba la luna. En su mente alguien susurraba: “No conoce gentes ni tierra: Vestido va como Sumuqan. Con las gacelas pasta en las hierbas, con las bestias salvajes se apretuja en las aguadas, con las criaturas pululantes su corazón se deleita en el agua.”
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Sin saberlo, Lucía contemplaba la misma luna. Lloraba en silencio. Le dolía el corazón, pero aún abrigaba esperanzas de que su Carlos pronto regresara. La ausencia de su cuerpo, y los testimonios que había sobre su escapatoria de la morgue del Xoclán, la mantenían viva.
Sus sueños eran cada vez más vívidos: una conflagración se representaba en su mente, y Carlos jugaba un rol determinante. Sin embargo, no alcanzaba a comprender si era para bien o para mal.
No importaba: al menos en esos momentos en que soñaba, Carlos estaba presente, y no con la apariencia reptiloide con que lo vio por última vez, sino como ella lo conocía de toda la vida.
Alentada por esa esperanza, le pareció entender entonces el mensaje que había estado escuchando durante varios días: “La humanidad está en peligro; la oscuridad se expande. No confíes en lo que ven tus ojos; la clave se encuentra dentro de tu corazón.”
Con todo el amor que guardaba a su esposo, le envió un pensamiento, imaginando que lo recibía: “Carlos, sé que harás lo correcto cuando llegue el momento.”
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Vera y Yuri caminaban sobre la arena. Habían descubierto que el dispositivo de invisibilidad de uno era suficiente para cubrirlos a ambos, y ya no se habían despegado uno del otro.
A lo lejos se divisaba un acantilado. El estruendo del oleaje aporreándose contra las rocas semejaba al de la fragua de Hefesto, obliterando cualquier otro sonido, haciendo inútil la conversación.
Hablar no era lo más importante para ambos jóvenes en ese momento.
Ambos, conscientes de la tarea monumental que los esperaba, sabían que era necesario aprovechar cada momento que tuvieran a solas.
Abrazados, observaron la creciente marea que fustigaba la elevación en que se encontraban.
Yuri fue el primero en acercar sus labios, tímidamente, a los de Vera.
Ella, llena de emoción, cerró los ojos esperando el ansiado contacto…
Ninguno observó la mano que surgió de una oquedad en el acantilado, se cerró sobre el tobillo de Yuri, y lo obligó a caer hacia atrás.
¡Yuri había desaparecido!
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¡¿León?!
Alpaso
sergio.alvarado.diaz@hotmail.com
Continuará la próxima semana…