XV
El Trabajo Bajo Un Sistema Patronal
Después de algún tiempo, los trabajos de esta hacienda se realizaban bajo un sistema patronal riguroso, cuando de momento llegó la noticia desde la Cd. de Mérida de la defunción del amo de la hacienda, Lic. Don Manuel Pasos Gutiérrez. Tiempo después de la muerte del Señor Lic. Don Manuel, la administración de la finca quedó al cargo de su hijo, Lic. Don Joaquín Pasos Bolio. Su encargado fue el Sr. Don Buenaventura Arce, pero en dicha administración marchaba con un tono desalentador, creo por algún sentimiento personal ó moral, y no tardó mucho tiempo cuando cambiaron las cosas.
Por un desconcierto familiar, y otras razones no conocidas, al correr de los años 1919 los copropietarios dispusieron celebrar la venta de la hacienda, en lo cual salió como comprador el Sr. Lic. Don Alfredo Molina (finado). Al adquirir la finca, el Señor Molina enfocó su bien intencionado dinamismo a fin de incrementar el fomento de nuevos plantíos de henequén.
Según relataba el extinto Don Nicolás Dzul, testigo presencial de todo lo pasado, nos decía en maya ‘Lee tum-be dzuuloh th ke-xaah yaanal mayordomo’, el nuevo amo de la hacienda cambió al encargado, y nombró a una persona de su absoluta confianza: Don Julio Encalada Franco. En un principio todo marchaba bien, porque el nuevo dueño era de buen corazón, muy tratable, muy cariñoso y amable con todos sus trabajadores, no distinguía a la gente humilde y trataba bien a sus familias y a los niños; les repartía dulces, frutas y otras golosinas que traían desde Mérida. Así, del mismo carácter, era su esposa la distinguida dama señora Doña Adolfina Zapata Mediz de Molina. Fueron piadosos y cultos a la religión católica. Ellos mismos atendían la capilla de la hacienda.
Historia de un Encargado
Desafortunadamente, como en todas las cosas, no faltaba una mosca dentro de la leche, el señor encargado don Julio Encalada y su padre, señor Don José Salomé Encalada, pues eran personas de muy pocas pulgas. Eran de un carácter muy diferente a los patrones: eran agresivos, antirreligiosos, escrupulosos, desconfiados y desamorados. No permitían que se le acercara alguna persona con síntomas de catarro o tos, o aparentemente enferma, pues se tapaban las narices con algún pañuelo, por si las dudas podían sufrir contagio.
Don José Salomé Encalada en 1929 ya era un anciano de 79 años de edad; vivía en concubinato con la señora doña Natalia Franco, y su otra señora era Doña María del Pilar Gómez. Tenían a su cargo la llamada Tienda de Raya. Cuando alguna joven acudía a comprar algún artículo, al momento de extender la mano para pagar le agarraba de la mano con malos instintos o le hacía señales amorosas; al no poder conseguir su propósito, pellizcaba y, si no, le punzaba con su bastón.
Cuando tenía que viajar a la ciudad de Mérida, pedía un carrito exclusivamente para él, pues el único tranvía que salía de pasajeros era del servicio público, y no le gustaba compartir el carrito con nadie.
En el enverjado de la casa tienda, que ahora es una casa ejidal, existió en aquella época un depósito de agua de lluvia con su tubito. Don José se molestaba cuando alguien pasaba a tomar un poco de agua. Así fuera un viajero o algún caminante bajo el ardiente sol, se negaba a regalarle agua; así mismo, si un anciano o anciana le pedía implorando caridad, los echaba y cerraba las puertas de su casa.
Don José vivió muy orgulloso, con mucha antipatía entre la gente, pero sólo por algún tiempo. De repente, cuando menos se lo esperaba, le sorprendió la muerte. Dícese que a su velorio muy contadas personas acudieron, y que la caja mortuoria se cundió de hormigas y gusanos. Aquellas personas que acompañaron el cortejo fúnebre lo presenciaron, y que así viajó hasta su última morada. Descanse en paz el señor Don José E. F.
Venancio Narváez Ek
Continuará la próxima semana…