XIII
LA MUERTE DE CERVANTES
Continuación…
Al embarcarse hacia España, Cervantes lleva consigo la mejor prueba que se aduce en pro de su valeroso comportamiento en la batalla de Lepanto: la carta de recomendación que recibe de Don Juan de Austria al licenciarse del ejército en 1575. Con ella en su poder, embarca hacia occidente; por desgracia, el barco en que viaja cae en manos de piratas berberiscos y queda cautivo en Argel, esclavo de un renegado griego. La recomendación que guarda en los bolsillos lo compromete al conferirle rango de personaje acreedor a fortísimo rescate. Tan mala jugada de la suerte le hará pasar prisionero cinco años. Su espíritu arisco protesta. Es tiempo de inconformidad, de hambre, de sacrificio y riesgo que se traduce en reiterados intentos de fuga. La rebeldía no le consigue provecho alguno y solamente añade cadenas a sus pies hinchados. Al fin, en 1580 viene el rescate a través de unos monjes trinitarios. Han pasado doce años desde que salió de España y tiene ya 33, mal vividos y peor comidos. Vuelve minado de las fuerzas y la cabeza llena de inquietudes.
De regreso en su país, espera ser reconocido como esforzado servidor de la Corona. Busca posición dentro del ejército y lo único que consigue es una misión secreta en Orán, cumplida la cual renuncia a la vida castrense. Todavía considera que la milicia es una noble profesión; pero ya no quiere nada con ella. Su otra vocación, la de las letras, le llama insistentemente. Es hora de plasmar las experiencias que bullen en su caletre.
En 1584, quizá con miras a sentar cabeza, se casa con Doña Catalina Salazar y Vozmediano, dama de Esquivias bastante más joven que él, que aporta regular dote al matrimonio. Hay quienes tasan la dote en viñedos y olivares, los más comedidos, algunas docenas de gallinas con sus pollos y su gallo y otras menudencias.
A raíz de su enlace, Cervantes publica “La Galatea”, escrita un año antes y, luego de pasajero triunfo de no mayores proporciones, se dedica a escribir para el teatro. Salieron de su pluma unas cuantas comedias que fueron llevadas a escena “sin que se le ofreciera ofrenda de pepinos o alguna otra cosa arrojadiza”. La locura del proscenio se le mete en las venas y sus aspiraciones de pequeño burgués nacen muertas. Se hace “amigo de gentes de letras a los que una jarra de vino y una llama de luz los reúne cordialmente.”
De la vida conyugal de Miguel no se sabe mucho; pero se deduce que fue desafortunada. Y cómo no iba a ser. A Catalina, acostumbrada a las labores de su granja, no le gusta Madrid ni le gusta convivir con bohemios y artistas jacarandosos. Tampoco pueden gustarle las estrecheces a que se ve condenada una vez consumida su heredad. Sus parcelas marchan, con todo y las gallinas y gallo, en menos que pían los polluelos. La producción teatral del marido no da ni para mal comer. Hay angustia reprimida, rencor disimulado, vueltas de Madrid a Esquivias y de Esquivias a Madrid. Para bien o para mal, la pareja resulta estéril. Florecen, eso sí, sentidos poemas. Y pasan varios años sin alcanzar la ansiada cúspide.
Son años pesarosos y sin huella. Hay un momento en el que el literato confunde una vez más su senda y, apurado por las múltiples carencias que estrangulan su hogar, acepta desempeñar un cargo administrativo. El cargo no le gusta nada, le aplasta con el peso de una roca. A pesar de su ineptitud para montar los números y hacer las cajas, soporta el martirio cerca de un lustro. Al fin, en 1592 la indignidad lo vence y es reducido a prisión en Castro del Río, inculpado de la venta sin orden superior de 300 fanegas de trigo. Fue puesto en libertad bajo fianza. Se le considera inocente y es instalado como cobrador de las rentas del reino en Granada y otras poblaciones; pero saca mal sus cuentas o distrae algún dinero en el juego o lo involucra un banquero en su quiebra –que todas estas cosas se han supuesto– y, mientras se aclara la situación, se le encierra en la cárcel de Sevilla desde septiembre de 1597 hasta diciembre del mismo año. Tres meses. Buenos para meditar. Hay que sentar cabeza y poner en orden las ideas. Sin embargo, la adversidad de los hados está en pie. Por estos mismos tiempos y por quién sabe qué malas razones, el gran manco es excomulgado, aunque parece que la excomunión no duró mucho, pues él era cristiano viejo y jamás renegó de sus principios. Ni siquiera en los aciagos días de los baños de Argel.
Se dice que fue en la cárcel de Sevilla en donde empezó a gestarse la historia del Quijote, que tanta satisfacción ha dado al mundo. En 1604 se concluye la primera parte de la obra inmortal, y la edición príncipe de la misma ve la luz en 1605. El triunfo artístico es inmediato; sólo que no se traduce en numerario y no saca del atolladero económico a su autor.
Si bien una madurez retrasada empieza a germinar en su interior, los tropiezos de Miguel no han acabado y tampoco sus líos con la justicia. Hay en su vida uno más: el asunto Ezpeleta. La noche del 27 de junio de 1605, este “caballero santiaguista de poca solvencia moral, pendenciero, valentón, presumido, mujeriego y aficionado a las justas hípicas” cae herido en una calle obscura cercana al domicilio de Cervantes. Como muere dos días después, el escritor se hace sospechoso del crimen y va a parar una vez más tras las rejas, ahora con toda su familia por delante. Sólo unos días, mientras los turbios se desvanecen. Por entretanto, la honra se hace trizas. La simpatía por el personaje se mueve a explicaciones por parte de los críticos modernos. Sin embargo, no hay mucho que alegar. Pocas veces un inocente ha sido tan injustamente tratado. No se le guarda consideración de ninguna clase a pesar de ser ya un escritor distinguido. ¿Por qué se le coloca en tan baja estima? ¿A qué atribuir el encono de los jueces? Simplemente sus antecedentes ¿penales? le dan mala fama. Y los moralistas lechuguinos y cerriles tenían pésimo concepto de la gente de teatro. Y eso es todo.
El lance de Ezpeleta es la última aventura del genial autor, su escarmiento; en seguida viene la resignación vestida de calma. Surgen muestras de cambio en su conducta. Sus costumbres se vuelven austeras, sus amistades son otras, se torna místico. En 1609 se hará hermano de la congregación llamada de los Indignos Esclavos del Santísimo Sacramento. En 1613, hermano de la venerable orden Tercera del templo de San Francisco en Alcalá de Henares. El 2 de abril de 1616, cuando su gravedad se acrecienta, profeso de esta misma orden.
La buena aceptación que logra el Quijote en su primera parte, y el relativo prestigio que esto trae consigo, alimentan su energía y disparan su estro. Los últimos diez años de su vida serán de actividad febril. Es un mentís a los que opinan que la época mejor de un individuo es la juventud que lo que no queda hecho a los 35 no se hará nunca. Cincuenta y ocho años tenía Don Miguel al publicarse el primer tomo de su monumento literario, y se acercaba a los setenta cuando dio al mundo el segundo. En el ínterin, las Novelas Ejemplares, Viaje al Parnaso, y Ocho Comedias y Ocho Entremeses, nuevos nunca presentados. Entre libro y libro, una sarta de sonetos y quintillas por allá dispersos. Falta todavía “Los trabajos de Persiles y Sigismunda”, obra de publicación póstuma, concluida “puesto ya el pie en el estribo con las ansias de la muerte.” Lo que admira en medio de su extremada pobreza, su penuria y la enfermedad crónica que solapadamente lo atosiga.
Lo que hoy se sabe acerca de la vida de Cervantes se basa en testimonios reales. Pero el excesivo respeto a la memoria del genio, y la interrupción equivocada, apasionada o interesada de esos testimonios, nos han dado una imagen falsa de su personalidad. Nos lo representan como un sufrido hidalgo, serio, formal, atropellado por la incomprensión y la mala fortuna. Paolo Savj López lo define “sobrio como hombre y como artista”. Eso pudo ser en sus últimos años, cuando los achaques y el misticismo lo confinaron a su habitación y se dedicó al trabajo. Pero en sus años mozos y en su madurez tuvo más de pillo que de santo. En etapas superpuestas y sucesivas se muestra alegre, vehemente, soñador, pendenciero, enamoradizo, valiente e irresponsable. Hay quien afirma que fue jugador y que por eso el dinero se hacía agua en sus manos. Lo que sí, fue siempre generoso lo mismo con sus amigos que con sus enemigos, y de esto no queda la menor duda. ¿Se le quiere más humano? Que tuvo algunos pecados graves de qué arrepentirse lo indica su afiliación tardía a dos cofradías religiosas.
Carlos Urzáiz Jiménez
Continuará la próxima semana…