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1974 y una canción romántica

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Letras

Joel Bañuelos Martínez

Tenía Bravonel 19 años. Era un jovencito rebelde, delgado, pelo negro largo. Aunque con poco camino andado, ya era considerado un maestro panadero; seis años habían transcurrido desde que puso sus pies en una panadería y sus manos en un tablero. No era de esos panaderos que hacían alarde de rapidez y ruido al trabajar, su trabajo hablaba por él y era garantía de calidad en donde eran requeridos sus servicios. En todos los negocios del ramo lo conocían, aunque no en todos trabajó.

El trabajo de hacer pan a veces escaseaba, entonces recurría a otros, como el taller eléctrico donde no aprendió mucho del oficio, aunque sí a cantar acompañado de la guitarra de su amigo Pedro Inda, del requinto de Humberto Córdoba, o la armónica de su amigo Ángel Enríquez. Por supuesto que también acompañó su voz con su guitarra que no tocaba tan bien, pero con mucho sentimiento.

Conoció muy joven la vida bohemia, con serenatas, noches en el campo alumbradas con la luna, con una fogata y tragos de tequila y cervezas frías. Conoció los mejores músicos de su pueblo y «conbebió» con algunos de ellos. Se dio el gusto de ponerle voz a las bellas notas del Trío Los Barbosa en alguna velada en cualquier cantina cuando se sintió cantante.

Fanático de la música de mariachi, de tríos, de grupos y cantantes del momento, conocedor de las voces de muchos grupos, su repertorio era amplio. Debido a ello muchos de sus amigos lo consultaban cuando deseaban saber de algún artista, otras veces solo para «acigarrar» la plática.

Su “saber musical» era porque leía y por las referencias de otros amigos que gustaban también de la música. Así, por ejemplo, sabía que a su amigo Joaquín le gustaban las canciones de Los Muecas, de Gerardo Reyes y la música norteña, tanto así que se emocionaba con el teclado de Los Muecas cuando el tecladista, con los botones, teclas y la Leslie, lo hacía hablar.

Cuando oía una canción ranchera, hacía como que tocaba el acordeón, refiriéndose a él como «la madre del estirón»; a Pedro le gustaban los tríos como Los Panchos, Los Tecolines, Los Dandys y la música de mariachi; a su amigo Julio, Los Freddy’s, Los Angeles Negros, Nelson Ned; a su amigo Pancho, Los Terrícolas, Victor Yturbe, Mario Quintero, Diego Verdaguer; y a Bravonel todos los anteriores y los que les siguieron.

Por esos ayeres, su amigo Santos Navarro, vecino del barrio, le comentó que se iba a ir a trabajar con un ingeniero para el lado de Guerrero. Bravonel, que en las tardes luego de trabajar se ponía a escuchar música en el radio y a tratar de acompañarla con su guitarra, una de esas tardes escuchó una canción. La voz era parecida a la de Los Freddy’s, pero el teclado sonaba algo parecido al de Los Muecas. Algo que llamó poderosamente su atención fue la introducción del teclado, muy sentido y romántico. Cuando la voz del cantante dijo: «por qué…», lo adornaron dos toques de baqueta en el borde de la tarola; a continuación, otra vez la voz del cantante: «…si sufres como yo por este amor, pretendes ocultarlo»…

Le pareció lo máximo la ejecución de aquel grupo del que de momento no supo su nombre, aunque supo que iba a ser un exitazo.

Al siguiente día, fue a buscar a su amigo y le dijo:

-Oye, jamelgo, pa’ la otra vez que vengas quiero que me traigas un disco; no sé quién lo grabó pero la canción dice así- y le cantó el fragmento y hasta hizo el toque de la batería.

Santos soltó la carcajada y repitió el pedazo de canción con todo y los toquecitos de batería. Los dos rieron y quedó como promesa, solo que hay promesas que no se cumplen pero que sí quedan en la mejor de las intenciones.

A los días supo Bravonel el nombre de la canción y del grupo: la canción era «Nacimos para amarnos», y el grupo «Los Tukas», oriundos de Bamoa, Sinaloa, un grupo que llenó una de las páginas mas románticas del movimiento grupero y que hasta la fecha se sigue presentando, con algunos cambios en sus elementos, bajo el nombre de «Carlos: El Tuka mayor».

Hoy el olvido fue corto, pero con sabor a romanticismo, a juventud de ayer, a pan, a recuerdos de algunos de los amigos de Bravonel, a guitarras, armónicas, teclados, batería y «la madre del estirón», o sea, el acordeón.

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