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1.- La exposición de la Carnegie. 2.- Lo que va de ayer a hoy

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Letras

Personal del Instituto Carnegie en Chichén Itzá.

Héctor Pérez Martínez

(Especial para el Diario del Sureste)

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Durante reciente estancia en la ciudad de Mérida nos fue dado asistir a la exposición que, de los trabajos realizados al través de 22 años pacientes y largos en el área maya, hizo la Institución Carnegie en el Museo Local de Arqueología; muy especialmente de los trabajos de excavación y recomposición del Templo de los Guerreros, de las Monjas, del Templo de los Dinteles, del Caracol, etc., sin descuidar, por supuesto, las exploraciones dentro del extenso círculo que, comenzando en Cansahcab sigue por Chichén Itzá, se lanza sobre Valladolid y Bacalar, penetra a Honduras Británicas, corta a Guatemala, se introduce a Campeche y sube otra vez a Calkiní y Halachó, hasta cerrar en Cansahcab.

Los documentos fotográficos que ilustran la exposición completan la elocuencia que un simple enumerar limitaría; aquí un informe montículo de piedras y tierra, coronado por arbustos y abrojos, se ha convertido en el esqueleto, cuando no en el cuerpo total, de los grandiosos edificios, testigos de una civilización casi desaparecida. Las piedras dispersas volvieron a ensamblarse, a juntar el perfil destrozado de los ídolos, los colores vivos, la línea recia pero ondulante de Kukulcán. Arrebatado a la selva o al cenote el pedazo de jade o la roca cronológica; escrutando el secreto de las cavernas, poco a poco ha ido levantándose de nuevo la ciudad sagrada. Revolviendo archivos municipales, eclesiásticos o familiares, también, se ha reconstruido en partes ciertas la época floreciente y la miserable de los indios. Y así conocimos importantes fotostatos reveladores de las exploraciones sin cuento, de las esclavitudes, de las expoliaciones de que se hizo víctimas a los hijos de KInich-Kakmó.

Todo ello, sí, expuesto fríamente, como si se trajera a cuento la reacción de dos cuerpos en el delgado fondo de una delgada probeta; sin darle un tono de protesta que está necesitando la reconstrucción o el documento para apoderarse del contemplador o del lector. La Carnegie, de esta manera, no toma partido, ni quiere hacerlo. Y es preciso, pero muchas veces imposible, que el visitante sea, por sí mismo, el que levante la voz y señale con ademán acusador la barbarie de una cultura cuando destruye y esparce y derriba otra cultura tutelar.

Nada, sin embargo, como un detalle anecdótico, presentado en esta exposición, para estudiar tal destrucción y la inversión de valores materiales y espirituales acontecida inmediatamente después de que las huestes de Montejo se establecen en T-ho.

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La Carnegie presenta, en fotografías incontrastables, el declinar de la casa de los Xius, dinastía que se remonta hasta el año 965 antes de nuestra era, desde la fundación de Uxmal por Hun-Vitzil Xiu.

Se mira, en el primer documento, el Palacio del Gobernador, en Uxmal, con su fachada de encaje pétreo, solemne y fastuoso. Las grecas que se prolongan a lo largo de los muros; los adornos que descienden por los lados de las puertas; el perfil gracioso de los ángulos. La escultura y la arquitectura confundidas, amasadas y puestas, ambas, al servicio exclusivo de la belleza. Uno puede fácilmente imaginarse la vida del cacique presidiendo a su pueblo. Pero no en balde los años transcurren.

Nos volvemos a encontrar a los descendientes de los Xius, ya en la época colonial, lanzados del Palacio de Uxmal, en una casona tranquila y austera, de paredes planas, ancho portón y patios interiores rodeados de arcos bajos y frescos. Del poderío de ayer no queda nada. Apenas sí su dignidad ha podido ofrecerle, hoy, cierto mando bien menguado sobre un grupo de indios hambrientos; cierto mando que se inspira en los acuerdos del encomendero o del fraile.

Y otra vez, al salto de los años, hallamos a Nemesio Xiu, cuyos antepasados se hablaron de tú con la Divinidad, en el más miserable de los jacales, reducido, con mujer y prole, a un saloncillo desprovisto de piso, techado con palmas, el patio pequeño y tres piedras por fogón. Este Nemesio tiene en los ojos un brillo y una humildad. El primero se le enciende cuando contempla transitar por el jacal a las hijas, ellas como él, desposeídas. El segundo le aparece cuando, frente por frente, atisba la iglesia del pueblo alzada al aire con el símbolo destructor de la cruz sobre su ancha torre.

De estas injusticias está llena nuestra historia. Y no es que queramos reivindicar a Xiu, sino la obligación de añadir a los materiales de que abundantemente está enriquecida la Carnegie, el comentario exacto y aun pasional que falta.

 

Diario del Sureste. Mérida, 22 de diciembre de 1935, p. 3.

[Compilación de José Juan Cervera Fernández]

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